Universidad e intelectuales en la sociedad actual, ámbito y figuras que deben ser activos para el origen del pensamiento crítico. La universidad como espacio de investigación y análisis de la realidad. Los intelectuales como referente de reflexión y cuestionamiento. Pero no siempre es así. Más claramente, pocas veces las cosas son como debería ser.
Qué se espera de la Universidad
Ya es hora de que las universidades en nuestras sociedades dejen de ser los centros de moldeo de seres fragmentados y portadores del virus del conocimiento por segmentos. Mientras la universidad siga siendo un centro de la instrucción, ese eufemismo que abarca la exhumación lenta y pertinaz de la sabiduría, será difícil la conquista de condiciones de vida distintas. Y la concreción de otro mundo difícilmente será posible.
El impacto de una renovación educativa trascendente se tomará su tiempo, seguramente, y puede ser un proceso de años. Pero la modificación de un currículo y de un pénsum, los primeros pasos, sería algo breve, inmediato, si existiera la voluntad política para hacerlo. Algo elemental que no hay ni habrá en sociedades regidas por las lógicas perversas y utilitarias del capital.
En la universidad, la escuela, el colegio, yacen los soportes de la transformación auténtica. El centro educativo tendrá que ser un centro de cuestionamientos; en esa articulación, la universidad no puede ser otra cosa que el generador mayor de pensamiento crítico, que no es solamente el desmonte o la digestión de una realidad, sino, ante todo, la puerta abierta para la proposición y la construcción sociales.
Interrogantes y respuestas
La potencia y vigencia de datos, retentivas e hipótesis jamás está en las letras muertas que los consignan o formulan, sino en la capacidad que tengamos para desglosar sus sentidos y verlos moverse por la ventana. La sociedad requiere de seres suspicaces, esquivos frente a lo que oyen y ven, y recelosos a profundidad del conocimiento enlatado, de las estupendas ideas empacadas al vacío y de los artificios de manual para triunfar. No hay tales.
La duda es una herramienta útil para ser arte y parte de la realidad que tenemos por nuestra, en unas ocasiones, escurridiza, en otras, efectista. En esos reparos angustiantes puede radicar el secreto para que no seamos simples recitadores de sus bocadillos teatrales. En la universidad se construyen los interrogantes, y, cuanto antes, se desarman las geniales respuestas alcanzadas.
Universidad e intelectuales, y fuerzas democráticas
El papel de los intelectuales y de las fuerzas democráticas, en ese reordenamiento, tiene mucho que ver con proyectar los énfasis debidos y fomentar la reflexión en torno al único asidero efectivo que tiene lo trascendental en la tierra: lo cotidiano. Cada quien desde su perspectiva, ámbitos y competencias.
Ahí yacen las claves, las metafóricas, las alegóricas o las simbólicas, las que se quieran y a la vista, como La carta robada (Allan Poe, 1844), en «un tarjetero de cartón con filigrana de baratija, colgado por una cinta azul sucia de una anilla…». El quid para entender mejor lo que somos y lograr el inequívoco compromiso con lo que hacemos.
La actitud del intelectual no es conformidad porque sí ni discrepancia porque no. Es disputa sin tregua contra las iniquidades, resistencia contra las injusticias y rabia con la sinrazón del día a día.
De sus palabras deberían despuntar las alarmas, los desasosiegos, la desesperanza y la esperanza en una sola frase. La conmoción de los intelectuales debería ser el lastre a cuestas de las sociedades, y, en especial, de la academia. Pero escasas veces es así.
En la transformación educativa todos ganamos
Muchos intelectuales, escritores, pensadores, cuentan con gran capacidad de convocatoria, y sus reflexiones podrían avivar aquel impulso sin el cual es inviable cualquier transformación auténtica: la motivación. Y en este mundo de inseguridades, exclusión, fascismo, racismo, supremacías y todos los desajustes concebibles, las transformaciones sociales son cada vez más ineludibles y urgentes, comenzando por la cultural.
Pareciera que la integración es propugnada y alabada en innumerables textos por escritores recluidos e incomunicados. No es tan tarde como para no darnos cuenta de que se están yendo las horas y los años. Universidad e intelectuales, escuelas y filósofos, pero también, medios y opinadores, instituciones y dirigentes, deberían mirar de vez en cuando el calendario en la pared y el reloj en la mano.
La pugna por la transformación de la educación, sea como sea, como determinante para el futuro que le espera al ser humano, no dejará de ser una batalla de aquella categoría definida con acierto por Flaubert (1911): «Siempre sangrienta» y siempre con dos vencedores, «el que ganó y el que perdió». Porque en esa consecución ganarán también, y aún más quizás, quienes ahora la obstaculizan con vehemencia.
Bibliografía
Flaubert, Gustave. (1911). Diccionario de los lugares comunes. (2019). Titivillus. Apple Books.
Poe, Edgar Allan. (1844). Cuentos completos. (2016). Penguin Clásicos. Apple Books.
Rousseau, Jean-Jacques. (1762). Emilio o De la educación. (2017). Edu Robsy: Menorca.
AA. VV. (2012). Sagrada Biblia. «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5, 3). Biblioteca Autores Cristianos: Madrid. Disponible en: https://archive.org/details/SagradaBibliaNacarColunga19441Edicin
Ver también
La educación y la sociedad por construir en el siglo XXI.
Educación y desarrollo en América Latina.
Universidad e intelectuales en la sociedad actual.