Las puntas reforzadas patean
unos despojos junto al andén.
Viran con brusquedad.
Sigo yo.
Se abalanzan
las botas hacia mí.
Las fustigan los cordones,
el cuero deslustrado
refleja a pedazos el miedo.
Les frena el brío
mi cuerpo inerme.
Blandida al cielo, la hachuela,
mellada por tanto hueso quebrado,
se abate.
Me desastilla no sé qué piezas.
La calle hace cabriolas, la acera da botes,
se desamontona el polvo.
Cruje la cuneta que desaparece,
en zigzagueos, por el desagüe.
El pueblo, gira que gira,
queda patas arriba.
Quiero palpar algo de mí,
nada quedó en su sitio.
No hay brazos,
menos las manos que tenía.
Qué va a importar quién las amputa
ni cuándo dejará de hacerlo.
A nombre de cuál causa noble
se desata la rabia.
No hay piernas. No donde las hubo.
¿Qué se hizo el vientre?,
¿adónde la mandíbula?
¿Por qué se ahoga el grito entre los labios?
¿Por qué sin dientes la palabra que resbala?
Me detengo en la mitad de la calle.
Veo a lo lejos
las partes desmembradas de mí
y el reguero de vísceras atrás.
No hay cuerpo.
Tampoco está la vida,
parte tras parte, deshecha.
El corazón yace mudo,
la melancolía aumenta los latidos.
Los ojos no me juntan.
Me atisban los gallinazos
posados en la rama muerta.
Sólo soy la cabeza ensangrentada
que un guijarro atajó bajo el sol violento.
Tomado de: Ciertas cintas de espanto (2016). Inédito.
Ver también
Duales