Negocios cotidianos de los paramilitares en Colombia; comercios, y ocupaciones de toda clase, que no corresponden a una actividad excepcional.
Al punto de que son pocos los movimientos, transacciones, flujos de dinero, cultivos, establecimientos, legales e ilegales, que hoy en día permanecen al margen de la acción criminal organizada.
Una operación constitutiva de la economía nacional, el comercio y las finanzas, a cargo del cruce entre paramilitarismo, narcotráfico, corrupción institucional y otras delincuencias.
La estructura paramilitar colombiana de otros tiempos ha evolucionado hacia formas más sofisticadas de penetración y control social: las mal llamadas “bandas criminales”. Estos grupos, si bien no operan en la forma confederada que las caracterizó antes, por lo general, mantienen la composición (descomposición), prácticas e ideas de las agrupaciones de las cuales son derivados.
El componente militar de los asesinos se mantiene con variantes, pero se intensificó la inserción de estas organizaciones en la economía. Cada vez son más diversos y pujantes los negocios cotidianos de los paramilitares en Colombia.
Una deuda
En Sevilla, municipio del norte del departamento colombiano del Valle del Cauca, Artemo, un joven expendedor de carnes, le vendió a su vecina la última libra de asadura o cacheo. O desperdicios, como también se conoce en la región a esa incierta combinación de vísceras de res, corazón, hígado e intestinos, que se fríen en su propia grasa y resultan indicadas para elevar los niveles de colesterol.
La pobreza no permite ningún miramiento en dietas. El carnicero se despidió de su socio como de costumbre, al final de una larga jornada, apenas entrando la noche. El socio nunca volvería a verlo.
Artemo tenía una hija a la que amaba y una exmujer a la que no odiaba, por lo menos, no notoriamente. Tranquilo en cuanto a los afectos, lo carcomía por dentro la difícil situación económica. No debía una gran suma, pero la que tenía era suficiente para muchos trasnochos.
El monto inicial adeudado no estaba lejos de sus alcances, pero las condiciones del préstamo sí bastaban para hacerle trizas la tranquilidad a cualquiera.
Una víctima
Al día siguiente, Artemo no abrió el negocio a las 6 de la mañana, como no había dejado de hacerlo durante los años recientes. Tampoco lo hizo a las 8 o a las 9, ni más tarde. Hacia el mediodía, su compañero, luego de llamarlo en vano varias veces al teléfono celular, fue hasta la casa, a unas cuantas cuadras de la carnicería.
Un rato después de toques persistentes, el socio se atrevió a forzar la puerta e ingresar a la casa. Halló al amigo en el cuarto del fondo, donde su cuerpo sin vida colgaba de una viga del techo. Artemo se había suicidado varias horas antes, según dictaminó el médico forense. No dejó mensajes o nota alguna, pero el supo de inmediato qué clase de soga lo había ahorcado.
Una amenaza
Una semana antes, Artemo había recibido una amenaza seria. Se lo comentó al socio, en secreto, entre susurros, aunque no había nadie más en el local cerrado. Si no pagaba la deuda, junto a los copiosos intereses que se habían venido sumando con cada día de retraso, le matarían a la hija, la ex mujer, los padres, y luego a él, en tal sucesión implacable.
Tanto Artemo, como el socio, eran conscientes de que no se trataba de una broma o una exageración. Así, casi así, procedieron con Antonio, y con Marco. Y con otros conocidos suyos que habían caído, de la noche a la mañana, en la espiral sin fondo de los préstamos “gota a gota”.
Así se conoce a la infeliz modalidad crediticia puesta auge en Colombia, de intereses desmesurados que se pagan diariamente, y que son controladas con mano de hierro por las bandas paramilitares de la región.
A Artemo le habían prestado 400 mil pesos, menos de 150 dólares, unos meses atrás. Pagó día tras día los altísimos intereses del 10 % diario durante un buen tiempo, pero las cosas se complicaron.
Empezó a atrasarse en las cuotas, y los intereses fueron acrecentando la obligación inicial. Hasta el punto de que la cifra adeudada se salió de los márgenes pagables en cuestión de semanas.
La evolución
La estructura paramilitar de otros tiempos en Colombia ha evolucionado hacia formas más sofisticadas de penetración y control social: las mal llamadas “Bandas criminales”. Estas agrupaciones no son otra cosa que entidades atomizadas, pero organizadas y coordinadas, de los mismos paramilitares de donde provienen.
Las bandas dominan una extensa gama de los negocios, el comercio y las finanzas del país. En unos participan activamente, en otros son una especie de armazón parasitario, pero insoslayable.
Es un andamiaje de bandidos que no opera sólo desde arriba, apropiándose de los recursos de la salud, la educación o de la riqueza de los megaproyectos económicos, como hace años. Ahora, además, carcome las bases primarias de la sociedad: sectores, barrios, vecindarios, calles.
Negocios cotidianos de los paramilitares en Colombia
Unas prácticas delincuenciales expandidas que afectan, primero, la esquina, la cuadra más pobre, el negocio informal y el establecimiento apenas surtido. No perdonan el transporte público, el bus destartalado que llega al final de las últimas zonas y comunas, el mini mercado, la peluquería de medio pelo. Y desde ahí, hasta cualesquiera de las cimas económicas del país.
A las estructuras del contrabando organizado, por ejemplo. Como a una parte creciente de los comercios de vitrinas minúsculas y negocios poderosos de los San Andresito, que protestan en masa cuando el gobierno amenaza con legalizarlos.
O a la distribución nacional y regional de partes de automotor, alimentos, electrodomésticos y artículos de tecnología, o a los almacenes mayoristas y de cadena. Y a lo que sea que mueva dinero en el país.
Es decir, a todo lo que sea rentable en dinero y presentable como lavadero de capitales ilícitos. El comercio que sea, de cualquier tamaño y en cualquier ubicación, que se le puedan usufructuar algunos pesos.
Los clubes de victimarios
Lo cierto es que son pocas las actividades económicas, transacciones financieras, flujos de dinero, inversiones, cultivos, establecimientos, legales e ilegales, que hoy en día permanecen al margen de la acción criminal organizada. Un cruce criminal en el que están parados políticos influyentes y ambiciosos, empresarios destacados, aventureros prestantes y narcotraficantes.
Al fin y al cabo, son negocios cotidianos de paramilitares en Colombia. Unos idearon y crearon la estructura perversa, otros son sus componentes; unos y otros la usufructúan, directa o indirectamente. Todos juntos, agrupados en bandas criminales o reunidos en clubes como El Nogal, son igualmente delincuentes y victimarios.
Cobertura del negocio
Las asociaciones para delinquir operan en pequeños pueblos de la Costa Atlántica y en ciudades intermedias del interior, en pueblos polvorientos de los Llanos Orientales y en la capital de la república. En las aldeas insondables del Chocó y en las dos o tres calles para mostrar de Cali o Medellín.
Tienen tomadas las fronteras, por supuesto, en particular, los extensos límites con Venezuela. Históricos, activos, fulgurantes, indivisibles, que superan los 2.200 kilómetros.
Controlan la piratería, el contrabando de mercancías, gasolina y personas. El tráfico de drogas, la especulación monetaria, la compraventa de bolívares y pesos. Son prestamistas y usureros. El estado colombiano, en los tiempos de Álvaro Uribe, no sólo fue permisivo sino que auspició y fortaleció el paramilitarismo.
La impune legalidad
La Justicia se acercó a los tentáculos políticos, pero dejó indemne la estructura económica, la misma que causa estragos a lo largo y ancho del país, y que afecta de modo sensible a Venezuela. Las ganancias son exorbitantes. Las componendas dejan regueros de muertos.
A veces, sólo a veces, los negocios cotidianos de paramilitares en Colombia tienen ligeros visos indebidos. Pero nadie, o casi nadie, los ve. La descomposición es invisible.
Y jamás de los jamases aquellas actividades abiertamente ilegales llaman la atención de los grandes medios. El periodista que apunta por donde no debe se quedará pronto sin quehacer. Tampoco, claro está, despiertan siquiera la curiosidad de las autoridades.
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