En Yemen todo es posible, hasta la paz, y no llegará por la conmiseración de los invasores ante la tragedia originada, sino por su desespero. El de empantanarse en una guerra que creyeron fácil. Una guerra en la que han asfixiado y masacrado a la población civil yemení.
La cruenta guerra que la casa de los Saúd, a pesar de su influencia y capitales, perderá. O, cuando menos, jamás ganará. Yemen padece una conflagración desalmada e irresponsable. Ojalá que en un día no lejano se tomen en serio las conversaciones de paz.
A dos semanas de los ataques contra Aramco, los hutíes llevaron a cabo una nueva acción agobiante para el régimen: “Victoria de Dios”, la operación más grande contra Arabia Saudita.
El disimulo mediático de los reveses sauditas
Se trata de una serie de maniobras ejecutadas al sur de los dominios del reino por las fuerzas yemeníes, con el respaldo de Ansarolá (Telesur, 2019). Cientos de combatientes murieron como resultado de las operaciones, y fueron capturados miles de soldados sauditas y de mercenarios yemeníes al servicio del invasor. Una gran cantidad de armamento también fue incautado.
Alguien avisó que quizás, quién sabe dónde, algo de grandes proporciones debió ocurrir. Riad presionó, como pudo, para que el video no fuera difundido (Hispantv, 2019). Pero en el audiovisual suministrado por las Fuerzas Armadas yemeníes se muestran los soldados y mercenarios capturados.
Estas recientes penetraciones de los yemeníes han sido golpes secos en el vientre de cinco años de acoso canallesco. Una de esas incursiones tuvo lugar mil kilómetros adentro del Reino árabe. Algo inimaginable no hace mucho tiempo.
¿Señales o falsa esperanza?
Las fuerzas de Yemen ejecutaron, previamente, varios ataques. Los llevaron a cabo con los domésticos drones Qasef K-2 o los Samad-3. Y con los misiles balísticos de corto alcance Badr-1. Atacaron posiciones sauditas, aeródromos militares y aeropuertos internacionales (Abha y Najran) al sur del país.
Las operaciones anunciaban con claridad lo que vendría, pero en los palacios reales hicieron caso omiso de las señales. Hasta que pasó lo que tenía que pasar: los últimos quince días se enfrentaron contra los cinco años de la intensa invasión saudita. No luce bien, después de tanta sangre derramada, el plazo dado por los rufianes para acabar con Yemen.
Arabia Saudita ha disminuido la intensidad y el número de los ataques (Noticias ONU, octubre de 2019). Pareciera que al fin se entreabre la puerta de la negociación y que la ultraconservadora monarquía evalúa la posibilidad de apaciguar el conflicto.
Emiratos Árabes Unidos (EAU) tampoco aparenta estar dispuesto a continuar batallando en las arenas movedizas de Yemen. Máxime, después de constatar que las represalias de los yemeníes van en serio. Y que sus torres de cristal son un blanco notificado.
Los Al Saúd no cumplen
Tres intentos de negociación se verificaron antes en medio del fuego cruzado y la desconfianza mutua. Uno, en Ginebra, en junio de 2015. Otro, en Kuwait, en 2016. Y el de Estocolmo, que se firmó en diciembre de 2018. Este último perdura en el papel, nada en la realidad.
La ONU, en un informe de mayo, confirmó el cumplimiento de los compromisos a cargo de las tropas yemeníes. Estas se replegaron de tres puertos en el oeste del país. No fue así por parte de las fuerzas financiadas por Arabia Saudita y EAU.
En resumen, se trató de sentadas a una mesa en donde quienes carecen de poder político en el terreno (Hadi, Arabia Saudita, Estados Unidos y ONU) tratan de someter a sus exigencias a quienes sí lo tienen (los hutíes) (Medina Gutiérrez, 2018). Ningún intento de acercamiento, claro está, ha conducido a resultado alguno.
Amanecerá y veremos qué definen los sucesos recientes, si es que lo hacen. Si los vástagos de la casa imperante en Arabia Saudita fueran listos, habrían de firmar pronto la paz con Yemen. Pero, está comprobado, no lo son tanto. O no lo son nada.
La fortaleza frágil
Los Al Saúd se han sostenido muchas décadas inamovibles en el trono, es verdad. En tanto que por los contornos se desmoronan los reinos de arena de otros absolutismos. No obstante, tal virtud, antes que propia, es ajena. Mejor dicho, lo fue hasta el pasado 14 de septiembre.
Los pilares de la perpetuación yacen, desde 1945, sobre un acuerdo subrepticiamente público firmado a bordo del portaaviones Quincey. Según lo pactado entre Franklin D. Roosevelt y Salman bin Abdulaziz Al Saúd, Estados Unidos y Arabia Saudita intercambiaron protección militar por petróleo.
Quedó en evidencia ahora que la seguridad brindada por Estados Unidos a los Al Saud adentro, no es tan útil hacia afuera. Han blindado a esa casa contra el pueblo y lo que queda de otras castas. Pero poco contra los riesgos del vecindario.
En cambio, le proporciona harta inseguridad a Arabia Saudita secundar los planes regionales estadounidenses o realizar alianzas con los israelíes. Wahabismo y sionismo, otro peligroso cantar. Fuerzas que apuntan no solamente contra Yemen, Líbano, Irak, Siria o Palestina, sino, ante todo, contra Irán.
La ineptitud defensiva al descubierto
Los yemeníes ratificaron un secreto a voces. Que el senil sistema móvil de defensa antiaérea MIM-104 Patriot era de una pasmosa eficacia en las cuñas publicitarias y las “preventas”, pero decepcionante a la hora de trabajar en serio.
El sistema es obra y desgracia de las poderosas compañías estadounidenses Raytheon y Lockheed Martin, que es como la juntura de un demonio con el diablo.
Los 88 sistemas desplegados en el reino árabe no identificaron ni rastrearon, ni mucho menos repelieron, a los drones atacantes. Y dejaron a tientas la Visión 2030 del principito Muhamad Bin Salman.
En honor a la verdad, otros actuantes de prestigio se sumaron a la muestra de ineptitud defensiva. Por ejemplo, el estadounidense sistema naval integrado de combate Aegis, de la RCA Corporation, también producido por Lockheed Martin.
O los sistemas suizos Oerlikon GDF, de una subsidiaria de Rheinmetall-DeTec AG, el mayor fabricante alemán de armas. Y las baterías del sistema antiaéreo Shahine, una versión del sistema francés Crotale.
Para completar, según el serio experto militar rumano Valentin Vasilescu (septiembre de 2019): “La sección de artillería del norte de la refinería fue la única que les disparó (a los drones), entre las columnas de las infraestructuras. Y parte de los proyectiles cayeron sobre la refinería”.
Es decir, le aportaron su grano de arena (mejor, de plomo) al ataque. Eso explicaría que haya habido más de 27 focos de incendio sólo en una de las refinerías.
La monarquía anacrónica
La guerra contra Yemen, que los Saúd creyeron de barrio, les estremece la casa. O, por lo menos, se las ha desgastado profundamente. La guerra calculada para unas semanas se replanteó rápido para medio año.
Ha corrido un lustro y sigue siendo un dolor de cabeza para los incompetentes multimillonarios. Los petrodólares no les compran las victorias anheladas e indispensables.
Los opulentos invasores están resultando bastante perjudicados por los invadidos pobres. Consecuencias lógicas del matoneo ejercido por el régimen en el vecindario.
Dos realidades que habitan mundos encontrados: los hutíes, tan atrasados en la concepción del reino árabe. Que, sin embargo, concuerdan con los tiempos de resistencia de los yemeníes. Y el Reino, pese a la pompa, el oro y las ingentes inversiones en empresas tecnológicas, que no deja de ser la sofocante monarquía del pasado.
Mark Twain y la paradoja del vencedor
No alcanzan a comprender los Al Saud cómo un país con una economía casi cuarenta veces menor los ha humillado de tal manera. Y ha puesto en ridículo, además, a Bin Salman.
No contaron con la fortuna de los yemeníes de poseer burros y camellos en los escarpados terrenos donde los blindados son un encarte. O con drones de diez o quince mil dólares que no son detectados por los sistemas integrados de defensa de muchos millones de dólares.
Menos aún, con caucheras RPG de tres mil dólares que revientan tanques cuyo costo oscila entre cuatro y ocho millones de dólares, según la versión. Ironías de la vida, quizás. En todo caso, un notable desconocimiento de la realidad en torno a las jaulas de oro, unido a una gran torpeza y a mucha soberbia.
Mark Twain, en Un yanqui en la corte del rey Arturo, emplea “la posible e hiriente paradoja del vencedor destruido por el peso de su vencido muerto”. Lo cita John Steinbeck en Hubo una vez una guerra (1958), el magistral compendio de artículos publicados por el futuro Nobel en The New York Herald Tribune (originalmente, en 1943).
Alejado se ve el día en que Yemen caiga muerto. Tampoco semeja a un país vencido. Pero el peso de la catástrofe acomodada sí está destruyendo a Arabia Saudita. El país provocador y hasta no hace tanto el presupuesto vencedor. El tablero de la guerra ha cambiado.
El ataque contra Yemen es contra la humanidad
Yemen (Al-Yaman, en árabe), etimológicamente, puede significar “bendiciones” o “prosperidad”, o quizás alude a “sur”, como punto cardinal (de “yamin”, palabra semítica). No lo sé, y hasta donde conozco no se sabe. Descifrar de dónde viene el término «yemen» es tan complejo como adivinar para dónde va el país.
Algún día se firmará un acuerdo de paz, y será difícil establecer qué tanto habrá ganado el movimiento popular, con un país descuadernado y una población con la amargura viva a cuestas. Las ciudades más yermas que el desierto. Las infraestructuras demolidas.
Un camino de obstáculos, con todo eso, preferible a la opción de una patria ocupada y “a salvo”, como los invasores dejaron la libia, la iraquí, la afgana y tantas otras.
Mucho pierden los yemeníes con esta guerra inaceptable, con esta invasión saudita imperdonable. Pero mucho malogra, también, la humanidad. Los dirigentes y gobiernos, que hablan de justicia en sus discursos acartonados, muestran la infamia y la negligencia de que son capaces.
El valioso patrimonio de Yemen es parte de nuestro pasado colectivo arrancado de raíz por la ambición saudita. No podemos olvidarlo, no deberíamos ignorarlo.
En Yemen todo es posible, hasta la paz
Lo que sí es indiscutible, desde la perspectiva que sea, es que el régimen ha perdido el arma más meritoria que tenía: la reputación de poderoso. Al contrario, dejó al descubierto el secreto más crítico: su vulnerabilidad.
Esas condiciones, precisamente, podrían acercar a ambos Estados, aunque sea en el mediano plazo, a la firma de un acuerdo de paz. Los bravucones sauditas cada vez tendrán más que perder. Así que en la actual coyuntura, en Yemen todo es posible, hasta la paz.
El Reino que viene
El mundo ha tenido la certidumbre de lo que en efecto son las majestades sauditas y sus socios: una parranda de asesinos. Por los asesinatos y las purgas internas, desde luego. Pero, ante todo, por la furia de las acciones y las masacres cometidas contra la población yemení más inerme.
Ojalá que los paisanos árabes distingan, entre las demás estafas, el reino de chatarra que les deparará el futuro con otro Al Saud de rey.
Que distingan desde ya ese futuro amontonado entre los enmohecidos tanques Abrams. Entre las adormiladas baterías antiaéreas Patriot o el peligroso (para el que lo posee y usa) sistema estadounidense antimisiles THAAD.
Y ojalá que sea antes de que no quede un solo rincón del Reino al que la ignominia no lo contenga.
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Yemen: otra guerra sin salvación ni justificación.
La primicia sin prisa de los medios en Yemen.
Cisma y cinismo en la guerra contra Yemen.
Yemen: vieja ambición de los Saud de Arabia.
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En Yemen todo es posible, hasta la paz.