Álvaro Uribe: asociado 82 y ¿preso qué? No importa el número. La Agencia de Inteligencia de las Fuerzas Militares de Estados Unidos (Defense Intelligence Agency, DIA) le asoció a Uribe, como narcotraficante, el número 82. El sistema penitenciario colombiano lo reseñó con el 1087985, que en cualquier conjugación fue el deleite de los apostadores y un susto para las casas de apuesta.
No tiene trascendencia el número que la Justicia o el organismo que sea le haya asignado a Uribe. Importan las víctimas de sus acciones y políticas. Aquellas que no solo carecen de número, sino las que siempre se ha pretendido que carezcan de nombre y presencia.
Duque al desquite
El presidente colombiano, Iván Duque, está dispuesto a todo con tal de amparar a su jefe. Desbaratar aún más el ordenamiento jurídico, someter a la Justicia, desprestigiar a los altos magistrados.
Lo que sea con tal de no quebrar la fidelidad señalada por una mala interpretación de las responsabilidades adquiridas al asumir la presidencia. Cuando juró ante Dios y le prometió al país, no a Álvaro Uribe ni al Centro Democrático, «cumplir fielmente la Constitución y las leyes de Colombia» (Constitución, Art. 192).
Acatar la ley fundamental, no las cláusulas administrativas de los capataces de la finca el Ubérrimo. Las intentonas de romperla que acarrean las palabras dichas por Duque en un discurso deliberado no son apenas un asunto semántico o una transgresión normativa. Se trata de un afán de desquite en la misma dirección que ha caracterizado al expresidente que ahora aguarda vengar.
Las razones que son una
Una vez pudo ser cierto eso de que Colombia estaba escindida, con una fracción de la población obnubilada por el hechizo del expresidente Uribe y otra empecinada en odiarlo por sus acciones.
Pero, en un lapso relativamente breve, el círculo de los incondicionales se ha venido estrechando . Y no deja de ampliarse el de los adversarios. Conversos, defraudados, y, también, indiferentes.
¿Qué originó el cambio en la percepción de los ciudadanos? ¿Cuáles son las causas por las que el poderoso individuo haya descendido en pocos años de los cielos a los calderos del Infierno?
Un presidente que se reeligió a sí mismo con el solo argumento de quererlo, y mediante movimientos delincuenciales (cohecho) frente a los que el país miró para otro lado y la Justicia no dijo ni pío.
¿Por qué el ídolo que puso dos presidentes, uno, que perdía frente al margen de error (Santos), y otro que siempre anduvo y anda perdido (Duque), ahora parece de barro?
¿Por qué el ídolo que puso dos presidentes, uno que perdía frente al margen de error (Santos), y otro que siempre anduvo y anda perdido (Duque), ahora parece de barro? ¿Ha sido la transformación de los afectos nacionales tan abrupta como parece y tan auténtica como creemos?
Factor 1: el partido a repartir
El Centro Democrático, el partido creado por el expresidente Uribe para darle apariencia de colectividad a sus empecinamientos y aversiones, es uno de los cimientos más sólidos de la particular desgracia.
Los partidos que sobrevivieron durante décadas en Colombia, el Liberal y el Conservador (hoy, espectros), lo hicieron porque sus ideologías reposaban sobre lemas giratorios y antagónicos. Los discursos correspondían a las maniobras más flexibles y hasta contrarias, y los principios se basaban en normas movedizas.
El partido de Uribe, desde que se fundó, grita similares consignas, propala odios idénticos, descalifica con las sabidas tretas. Su élite creyó (sigue creyéndolo) que podía engañar a todos todo el tiempo. Ninguno admitió que la citada frase de Lincoln podía estar en lo cierto. Y se equivocaron.
Un partido que se debate entre líneas de ultraderecha, extrema derecha y muy de derecha. Y que es enemigo acérrimo de la propiedad privada porque lo conforman los mayores expropiadores de la tierra (a través de masacres, usurpación y desplazamientos).
Y un partido que reniega en privado de la libre empresa que pregona, porque agrupa a las grandes industrias y agroindustrias que menosprecian a los pequeños productores del ramo que sea. A los que atenazan con una insana competencia, y persiguen mediante leyes y fuerzas militares y paramilitares.
Un partido que reniega en privado de la libre empresa que pregona porque agrupa a las grandes industrias y agroindustrias que menosprecian a los pequeños productores del ramo que sea.
El desencanto entró por la puerta de escándalos mayúsculos. La corrupción, los crímenes, la endemoniada obsesión de hacer trizas una paz que muchos compatriotas alcanzaron a saborear. Incluso, un montón de sus propios votantes con el regreso a propiedades rurales por las que antes no podían asomar.
Factor 2: el emprendedor la emprendió
Uribe se esforzó para no tropezar dos veces con la misma piedra. Mejor dicho, no repetir la desagradable experiencia de poner de mandatario a una figura díscola y desobediente, como lo fue Juan Manuel Santos.
Uribe se aseguró de volver presidenciable y presidente al amanuense que lo escoltó por los pasillos burocráticos de los últimos ocho años.
Es claro que los ojos encharcados y el rostro destemplado de Duque en la tarde que asumió la presidencia no corresponden a su fervor patriótico. Tampoco, al desasosiego que le producen las desgracias de los millones de compatriotas que aguantan hambre.
Ni de los miles que mueren a diario por causa de la COVID-19. O por su indolencia frente al asesinato incesante de líderes sociales, miembros de minorías étnicas y excombatientes de las FARC.
La desazón tiene que ver con el desbordado agradecimiento de Duque hacia el mentor Uribe. El cual fue explícito en lágrimas puras al iniciar el mandato. Y en el rostro compungido y las frases de perturbado el día en que la Corte Suprema de Justicia le impuso casa por cárcel al expresidente.
No es para menos. Al fin y al cabo, a Duque le cabe una buena parte de la responsabilidad de que el expresidente, la Presidencia y el Partido estén en los apuros que están. O sea, hundidos en el piso fangoso de las encuestas de popularidad.
Del mismo modo que, aun sin intención, el expresidente Santos y los diálogos de paz con las FARC le ayudaron tanto a Uribe a mantenerse vigente, Iván Duque, también, claro está, en contra de su voluntad, le echa una mano para hundirlo.
El ciudadano quien
Con desgobierno, patéticas medidas frente a la pandemia, decretos represivos, esmero en estrangular a los pobres, y en proteger a las élites económicas y financieras, el presidente colombiano ahuyenta sus bases políticas.
En particular, aquellas que un día pensaron que eran pudientes porque militaban en un partido de ricos.
El diario espectáculo mediático por la televisión prometiendo ayudas que se roban por el camino, o proporcionando datos alegres que pocos creen y brindando esperanzas que suenan a lo opuesto, vuelven a Duque más invisible de lo que era antes. Pero, vaya contrasentido, algo despierta al país su soporífera palabrería.
El espectáculo mediático diario por la televisión prometiendo ayudas que se roban por el camino, o dando datos alegres que pocos creen y brindando esperanzas que suenan a lo opuesto, vuelven a Duque más invisible de lo que era.
Hasta hace poco consideramos que Iván Duque era un ciudadano que se creía presidente. Ahora resulta que, según él lo da a entender, es lo contrario: un semipresidente que se cree ciudadano.
Como tal opina, en el estilo de las babosadas que lo distinguen. Pero con la preconcebida gravedad de atacar a uno de los poderes fundamentales de la democracia nacional.
Democracia en la que ni él ni la mayoría de sus copartidarios tal vez creen, pero gracias a la cual está ahí donde está. De no ser por ella, Duque aún seguiría cepillando los zapatos del jefe. O transcribiendo sus folios de falsos testimonios.
Factor 3: bufones de la cohorte
No contribuyen a la superación del desastre las pataletas rencorosas de los militantes de la primera línea uribista. En Palacio, el Congreso, los grandes medios obsecuentes, las bodegas de manipulación, las redes, las calles.
Los alfiles bien pagos llegan al despropósito de plantear la necesidad de una asamblea constituyente. No para reordenar los órganos de justicia en la búsqueda del beneficio social, sino que los desordene a su exclusivo gusto y favor.
La desesperación nunca ha sido buena consejera. Menos aún, para una turba cohesionada alrededor de un nombre. Un individuo seguido cual iluminado, tenido por mesías, reverenciado como dios, que no es iluminado ni mesías ni, al parecer, dios.
La desesperación nunca ha sido buena consejera, menos aún para una turba cohesionada alrededor de un nombre seguido cual iluminado, tenido por mesías, reverenciado como dios, que no es iluminado ni mesías ni, al parecer, dios.
El señor Uribe, asociado 82 y ¿preso qué?
El séquito del señor Uribe expone su desespero con reacciones airadas contra el establecimiento que él ha controlado, subyugado o perseguido. El cuestionamiento no apunta sino a buscar los mecanismos para mantener la institucionalidad de ese modo: bajo su absoluto control.
Pero las rabietas y las pataletas desmoronan aún más las rocas arcillosas donde se para la armazón que flaquea. El todopoderoso está untado de la sangre de miles de víctimas. Los buenos devotos son malos.
Algo de justicia asoma en el terror que ha de sentir con cada día que llega y en el miedo a la Justicia que vendrá después. Una llovizna parecida a las tempestades que él mismo y los suyos han sembrado a lo largo y ancho del país. Algo es algo.