Los deshabitantes (poema)
No es un pueblo fantasma
este pueblo deshabitado
donde nadie respira
ni juega tejo los domingos a la tarde.
Los transeúntes no notan
nuestro revuelo tras los cristales
ni el ajetreo en las casas derruidas.
Nunca nos advierten
viendo los cielos de estrellas y luna llena
desde los cuartos destechados,
tendidos sobre las camas
sin testero ni colchón.
Somos sigilosos, es cierto.
En la flagrancia, casi inmateriales;
en el campo abierto, solapados.
No parte vocablo alguno
de las bocas desencajadas.
No vagan tarareos por el vestíbulo
que habitan los helechos secos.
No se atasca un susurro en el oído,
dejó de crujir la palmera trepadora.
Son estridentes las vistas
cuando se despeñan
y hacen aletear a los gallinazos.
Es dulce apretar los párpados
para ver el rostro cadavérico
que todavía se sonroja.
Es amargo oír crepitar la pasión que se fue.
Quiebra el viento los pañuelos en el alambre.
Nos perfila el recuerdo que valió la pena.
Los perros confundidos nos espolean
ladrándole incesantes a lo que les parece
un atacante o la tarde.
No habrá sustancia en los cuerpos secos
-algunos ni siquiera los tenemos-.
No tendrán volumen los bríos
al apagarse la vana brega de vivir.
Tampoco harán sombra el bastón en el rincón
o los anteojos olvidados sobre la cómoda.
Pero algo del ser que fuimos pervive
en la exhalación despedida sin pensar
cuando asoma la mujer querida.
La nítida mujer tras el postigo,
que en vida jamás nos vio,
y que ahora, la razón desentendida,
las canas golpeando la penumbra,
acaso presagia mi beso errante
y la mirada que ya no está.
La ausencia nos hizo visibles;
la ideal pasión, incorpóreos.
Sólo en las cosas sin sentido
alguien nos percibe.
Al lado de la agenda en blanco
reposan tantos nombres vacilantes,
varios cariños revueltos.
Unos a otros nos entendemos
sin hablar ni vernos,
sin decir algo u oírnos.
El soplido trémulo será
la extravagancia de un nombre,
o unas ánimas del Purgatorio que juegan.
El haz de luz, una vida eterna
a punto de quebrarse o comenzar.
La negrura en la pared,
como la hora de la huída
o la rabia sin florecer.
Otro muerto que va a morir.
Otro adiós que vuelve a verme.
El afanoso al deshacer los pasos.
Los espejos contando sus reflejos.
Hay miradas para adorar de balde,
otras que desafían la esmerilada desnudez.
La guedeja rubia que guardo,
y la asfixia de no decir nada.
La camisa de dacrón abrazada a una sombra.
Las vanas señales de este amor de espectros.
Espantamos en los altillos;
a veces, por el sótano.
O vamos sonámbulos asustando
esos seres aterrados que subsisten
a las afueras del sueño.
En el arroyo del olvido se bañan
los días enmugrecidos
y las vidas hechas de barro.
En las aguas del recuerdo,
la anticipación imposible
de la misma tristeza.
El destierro pasó sobre los corazones
y retiró los últimos latidos.
Somos el aliento que no reaparece
por la esquina donde lo mataron;
el espíritu que asiste
los silencios guardados en vida.
No desciframos en rigor
el tamaño de la alegría
que se llevaron los asaltantes
en la punta de los cuchillos.
Tampoco el del sosiego que suspendió
la bala en la sien.
Algún día hemos de saber
cuáles de las personas que por ahí lloran
fueron las que quisimos tanto.
¡Qué bien averiguar
por el destino de las horas transcurridas
de la última noche juntos
a la inacabable mañana solos!
O del paradero de las promesas
y de la esperanza vedada,
desde los ojos entreabiertos,
hasta la luz apagada.
¡Qué bueno hallar de pronto
todo lo que le faltó a la dicha!
¡Qué mejor que deshacernos
de tanto que fuimos y era nada!
En alguna parte deben de andar
las falacias vueltas ciertas,
las certidumbres puestas en duda.
Algún día hemos de devolver
a quien corresponda
la pesadumbre en la que ardemos.
Zumbarán endechas
al fondo de las voces en carne viva
y aún habremos de tañer un rato más
nuestro costillar de perecidos.
No, no es un pueblo fantasma
el pueblo lleno de soledades
en el que estas almas muertas
tropiezan entre sí.
Y donde apenas uno que otro vivo
nos pone los pelos de punta
cuando viene y reza y deja flores
sobre la misma tumba.
Tomado de: Ciertas cintas de espanto (libro inédito).
¡Qué hermoso poema! «El destierro pasó sobre los corazones / y retiró los últimos latidos. / Somos el aliento que no reaparece / por la esquina donde lo mataron; / el espíritu que ronda / los silencios que guardó en vida». ¡Intensísimo todo!