Expresidente Uribe presiente líos grandes hacia el futuro. Iván Duque procura que los colombianos noten su presencia o siquiera su presidencia. La primera es cada vez más voluminosa; la segunda, la presidencia, menos estimable.
Expresidente Uribe presiente líos grandes
Frankenstein paga en carne propia la monstruosidad que creó con su apego al poder. En este caso, de la alteración del curso de una investigación de la Justicia colombiana que él mismo, en 2014, echó a andar.
El expresidente colombiano Álvaro Uribe Vélez la emprendió una vez contra el senador Iván Cepeda. Ante la Corte Suprema de Justicia, el congresista fue acusado de adoctrinar testigos en las cárceles para «enlodar» a Uribe.
Llama la atención, cuando menos, el hecho de que el acusado (Cepeda) nunca llevó testigo alguno a la Corte.
La campaña contra Cepeda tuvo varios frentes, incluyendo una queja disciplinaria ante la Procuraduría y una acción de pérdida de investidura ante el Consejo de Estado.
Pero la investigación y las pruebas recolectadas le dieron un giro repentino al proceso, y el expresidente pasó de acusador a ser investigado por manipulación de testigos.
El calabozo ubérrimo
La mala maña del expresidente, tampoco inédita, lo puso bajo medida de aseguramiento en detención preventiva. La causa precisa: «Presunto determinador de los delitos de soborno a testigo en actuación penal y fraude procesal».
Los principales objetivos de destrucción de los autócratas son aquellas cosas y valores que más encomian.
Un hecho sin antecedentes en Colombia. Uribe quedó así a las puertas de responder por qué corrompió a un testigo. Corrompe el corrupto. Un caso menor en comparación con las copiosas acusaciones de que es objeto.
Resulta inseguro prever si alguna de las imputaciones conducirá a Uribe a la prisión. Ha tanteado su significación en una mazmorra de 1500 hectáreas: el placentero Ubérrimo, su finca.
Pero rondan al espacioso calabozo campestre celdas más estrechas. Con razón el expresidente Uribe presiente líos grandes.
La verdad prescribe
Uribe ha sido y es investigado por su posible participación en múltiples acciones criminales desde que, en 1980, dirigió la Aerocivil.
Desde esa institución, Uribe le otorgó licencias de vuelo y autorizaciones de pistas de aterrizaje a narcotraficantes del cartel de Medellín. Pablo Escobar, incluido.
Once años más tarde, en 1991, la Agencia de Inteligencia de las Fuerzas Militares (DIA) estadounidense elaboró una lista de 104 individuos con algún tipo de vínculo con ese cartel. El asociado No. 82 de esa relación es el expresidente Uribe.
Han vencido los términos para adelantar diversas investigaciones en su contra, pues existen delitos supuestos con más de 35 años de ocurridos. Saber esas verdades hubiera sido importante para el país.
En otros casos, las pesquisas nunca prosperaron, y algunas acusaciones continúan en proceso. Entre las denuncias figuran crímenes graves. Masacres, asesinatos, interceptaciones telefónicas ilegales…, y corrupción.
Las culpas del patriota
De la adversidad de Uribe no tienen la culpa la Justicia por actuar ni la Corte Suprema por hacerlo en Derecho. Ni los opositores políticos, aunque algunos no puedan ocultar la satisfacción.
Menos aún, las víctimas, que no han hecho sino tragarse mudas el dolor. Ahora, por primera vez en décadas, estas tienen al menos la sensación de que la Ley podría ser igual para todos.
De las actuales desdichas del expresidente, mínimas junto a las que él ha causado, propiciado, inducido, disimulado o activado, son responsables el Partido, su presidente postizo, y, sobre todo, Uribe mismo.
De las desdichas del expresidente, mínimas junto a las que él ha causado… tienen la culpa el Partido, su presidente postizo, y, sobre todo, él mismo.
Los principales objetivos de destrucción de los autócratas son aquellas cosas y valores que más encomian.
El tirano Santos Banderas, protagonista de la célebre novela de don Ramón del Valle Inclán (1926), es el reflejo literario de una realidad repetida en Nuestra América. Un indio que se dedica a aniquilar indios. Santa Fe de Tierra Firme bien hubiera sido Santa Fe de Bogotá.
El patriota genuino (Uribe) del que habla nuestro presidente postizo (Duque) es un alevoso de ese corte, solo que coetáneo y de carnitas y huesitos palpables.
Un patriota que sobrepasa los treinta y cinco años arrasando la patria que dice desvivirlo.
Más de dos años menos
¿Adónde irá a parar la hermandad pegada con las babas de un cabecilla venido a menos? ¿Qué cantidad del país permanecerá disociada de la realidad y desconectada del presente? ¿Cuánto peligro en su hecatombe encarnará la fiera herida para el país?
El partido de ultraderecha continúa fiel a las tácticas de intimidación: convoca a marchas, fustiga ideas, desafía a la Justicia, chilla en medio, siembra el terror y embustes.
Duque hace lo que puede en el propósito de parapetar la corrupción y la criminalidad alrededor. Únicas fuerzas con las que cuenta un presidente sin poder.
Recurre a los mecanismos más obvios para ocultar los miedos que le crecen adentro con el caudillo dando los primeros pasos de un calvario que puede ser largo.
El sanedrín del Centro Democrático lanza piedras a diestra y siniestra a ver si nadie le prende fuego a los rabos de paja de todos y cada uno de los ilustrísimos (y no tan preclaros) miembros.
Uribe, el uribismo, el partido, Duque, el Gobierno, o sea, las varias guascas (o collares) del mismo perro, tienen aún dos años de mando (y desmadre).
De lo que hagan dependerá que tan hondo es el hueco que cavan para sepultarse.
El fardo democrático
Iván Duque, entre tanto, queriendo dar a entender que los colombianos notan su presencia o siquiera su presidencia, logra lo contrario.
Pasa desapercibido frente a las cámaras de televisión de un programa al que las audiencias asustadas y hambrientas de las primeras semanas de cuarentena le cogieron pereza. Y rabia.
Pareciera que Duque no hace nada, y, en verdad, no ejecuta nada de lo que dice. Pero hace demasiado en contra de lo que una vez prometió y por lo que la mayor parte de la gente votó por él.
Y hace lo que puede en el propósito de parapetar la corrupción, la represión desmedida y la criminalidad, las únicas fuerzas con las que puede contar un capataz sin poder.
Álvaro Uribe, hace una década, creyó que se había equivocado al ungir a Juan Manuel Santos como legatario. Pero no fue así. Santos lo que hizo fue darle un respiro a través de los acuerdos de paz con las FARC.
Uribe tuvo entonces una causa: destruirlos (a los acuerdos y a Santos). Y una vigencia: la del ángel exterminador. O la del vengador justiciero que rescata a sus castas belicosas de las oprobiosas garras de la paz.
El yerro verdadero vino con Duque, que en su inutilidad condujo en un santiamén a Uribe y al uribismo hacia la levedad de la que nunca debieron salir.