Por: Juan Alberto Sánchez Marín

En Colombia nadie se liberó de nada – 5

En Colombia nadie se liberó de nada mientras el país siga confiando su destino en Gobiernos que representan intereses minoritarios y mafiosos.

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En Colombia nadie se liberó de nada, ni con el Grito de Independencia ni con la Independencia misma. Las conmemoraciones en los calendarios deberían aludir a eventos en la historia verdaderamente trascendentales para una nación. Pocas veces es así.

Es sabido que si un pueblo carece de acontecimientos cruciales en su cronología, los inventa. O que tergiversa los hechos tangibles o magnifica cualquier nimiedad.

Como los estadounidenses, que convirtieron a forajidos y cuatreros en arquetipos. Y como los colombianos, a quienes todavía nos mudan en personas respetables a sabandijas y asesinos.

Para tener una idea de hacia dónde vamos es forzoso contar con alguna noción acerca de lo que somos como país o comarca. Sobre todo, cuando las pocas cosas que sabemos de nosotros mismos coinciden poco con la realidad. Histórica y circundante.

Por eso es tan aconsejable cuestionar las cosas simples que sabemos sobre lo que somos como patria: porque recitamos de memoria cosas que nunca sucedieron. O fueron deformadas. O son insustanciales.

Con puesto el virrey depuesto

Lo cierto es que “al rayar la aurora del día 21 de Julio” de 1810 quedó instalada la Junta Suprema del Nuevo Reino de Granada.

Jose Joaquín Camacho y el Sabio Caldas registraron el evento unas semanas más tarde en su Diario Político. Afirman que don Frutos Gutiérrez convenció al pueblo de que el depuesto virrey Antonio José Amar y Borbón fuera el presidente de la misma junta que lo revocaba.

Y lo fue, mientras el sordo virrey puso pies en polvorosa junto con su esposa, María Francisca Villanova. Una sagaz señora que, para fortuna de los criollos y desgracia del virrey, no era la que mandaba en los asuntos reales.

O no de modo abierto. Porque es clara la disposición del poder al interior de las alcobas y comprobada la repercusión del lecho más allá de las intimidades. Pero, al menos en esta ocasión, el tembleque virrey se amarró los pantalones; presuntamente, como repiten en cada renglón los periodistas cobardes de este país. De lo contrario, otro gallo habría cantado.

El pueblo, según los citados, eran unas “diez mil almas» que se reunieron «al frente de la Casa Consistorial”. En la plaza, pues, estaba alebrestada más de la tercera parte de la población (de unos 25 000 habitantes) de las doscientas manzanas que conformaban la capital por aquellos días.

Cabe aquí destacar una ligera diferencia entre los tiempos pretéritos y los actuales. Y es que, tanto el Batallón Auxiliar, como el Parque de Artillería, permanecieron, los unos, en sus guarniciones, y, los otros, de parte del pueblo.

Ninguno disparó contra la población ni mató a uno solo de los jóvenes sublevados. Ni les sacaron los ojos ni las vísceras a punta de escopetazos. Por suerte, además, no se habían inventado las mortíferas armas no letales.

Menos mal que en aquel tiempo Iván Duque no fungía de virrey. Aunque el monárquico coronel Juan de Sámano sí fuera el mismo general Eduardo Enrique Zapateiro Altamiranda de hoy en día, tan mal político como rústico y pésimo militar.

De haber sido así, el tal Grito de Independencia le habría salido caro a los santafereños. Cuando menos, habría dejado un reguero largo de muertos. Y varias decenas de muchachos tan mancos y tuertos como el maltrecho Blas de Lezo.

En Colombia nadie se liberó de nada

Quiénes se habrían de liberar de España fue algo que siempre lo tuvo claro la agraviada élite de los españoles nacidos en estas tierras americanas, aunque no tanto de quién: si del casi abstemio Pepe Botellas, o si del mismísimo y corto de luces Fernandito VII.

El 20 de julio de 1810 se dio el Grito de Independencia de la clasista élite criolla santafereña, es decir, de los descendientes de españoles con poder. Y ellos obtuvieron su redención, y después, entre golpes y retrocesos, la libertad.

De resto, en Colombia, nadie se liberó de nada. El “Día de la Independencia” es una completa farsa. Hubo que esperar hasta 1821 para que el país existiera, por lo menos, como república. La Gran Colombia, que sería el abrebocas de guerras civiles sucesivas y sangrientas. Una cada cuatro o cinco años a lo largo del siglo XIX.

(Colombia) sumó once constituciones, antes de optar por la peor. La cavernícola de Núñez y la Iglesia católica, de 1886, que habría de ser la ley fundamental durante 105 años. Otra de las causas de la barbarie reglamentada que nos distingue como país.

El recuento aterra: nueve guerras civiles de alcance nacional, catorce guerritas locales y dos con Ecuador. Padeció el país tres cuartelazos. Sin abarcar el resto de innumerables batallas y batallitas de las que hablaba el maestro Alfredo Iriarte (1993).

Ah, y sumó once constituciones, antes de optar por la peor. La cavernícola de Núñez y la Iglesia católica, de 1886, que habría de ser la ley fundamental colombiana durante 105 años. Otra de las causas de la barbarie reglamentada que nos distingue como país.

¿Liberados del federalismo?

De otra parte, levantamientos populares de otras fechas, con igual o mayor repercusión, disputaron, incluso desde antes, la conmemoración nacional. Por ejemplo, el 22 de mayo de 1810 (Cartagena), el 4 de julio de 1810 (Pamplona), o el 9 de julio de 1810 (Socorro).

Y las declaraciones de independencia del 6 de agosto de 1810 (Mompós), 15 de agosto de 1810 (Socorro), 11 de noviembre de 1811 (Cartagena) y 10 de noviembre de 1820 (Ciénaga). Pero estas enfrentaban un obstáculo insalvable: no eran santafereñas.

A la final nos ganó el centralismo que aún campea. Un siglo después del Grito del 20 de Julio de 1810, en los albores del XX, ante las perpetuas urgencias de unidad de un país descuadernado, el Gobierno implantó la fecha que todavía nos tortura.

Metidos en conmemoraciones

Más mortificante aún resulta que la mayor batalla de la historia en suelo colombiano no haya acontecido durante las magnificadas gestas de la época republicana, sino siete décadas antes, en 1741, «en la Cartagena virreinal» (Iriarte).

Bahía de Cartagena de Indias. Asedio inglés de 1741. dXmedio.
Bahía de Cartagena de Indias. Asedio inglés de 1741. Montaje: dXmedio.

Hace doscientos ochenta años la poderosa flota británica, al mando del almirante Edward Vernon, comandante en jefe de todas las fuerzas navales británicas en las Indias Occidentales, y del brigadier Thomas Wentworth, fue humillada frente a las murallas de Cartagena de Indias. Entre el 13 de marzo y el 20 de mayo de aquel año, la ciudad bastión soportó toda clase de ataques y un penoso y prolongado sitio.

Seis navíos y poco más de tres mil hombres (quinientos de ellos civiles) enfrentaron a más de doscientos navíos (de línea, fragatas, bombardas, cañoneras y transportes) con dos mil cañones y al menos veintisiete mil hombres (marineros, artilleros y tropas de invasión).

Una fenomenal desproporción que no le impidió al tuerto, cojo y manco defensor de Cartagena, el susodicho Blas de Lezo y Olavarrieta, y a una población expuesta al hambre y las pestes, infligir a la flamante armada inglesa una de las más vergonzosas derrotas de la historia.

Aquel intervalo extraviado de los cuarenta del XVIII, sumido en el absoluto olvido, sí hubiera sido digno de recordación. Pero no lo es porque quienes resguardaron la ciudad, junto al curtido y desbaratado marino español, fueron bandas de mulatos, milicias de castas (descastadas) y una hueste de quinientos o seiscientos indios flecheros chocoes.

Por eso la hazaña apenas si es mencionada en la crónica nacional. Por idéntica razón, la excluyente y racista élite cartagenera contemporánea, que se cree de noble cuna, prefiere adular al príncipe Carlos de Inglaterra, de la misma tierra de aquella «reina de los mares», Isabel, la pirata. Y de Jorge II, el rey que censuró hablar y escribir sobre el ignominioso desastre.

La decadente flor y nata cartagenera lisonjea al principito y a su examante y actual esposa, la Duquesa de Cornualles (aunque todo indica que no fue ella la que llevó la cornamenta, sino quien la puso). Lo hace con una placa en homenaje a los invasores. De Lezo es lesionado de nuevo por culpa de la misma estirpe.

Por fortuna, un parroquiano, quizás descendiente de los fulanos anónimos que pelearon al lado del almirante, dio cuenta de tamaña afrenta a martillazos.

Francis Drake, ciento cincuenta y cinco años antes, a las órdenes de Isabel I, había tomado Cartagena. Vernon no consiguió conquistar la ciudad, pero ochenta años más tarde la banca inglesa sí lo haría. No ya apenas Cartagena, sino el país entero.

La Corona y los tenedores de bonos de deuda en libras esterlinas hicieron con eficiencia lo suyo. Desde el momento de los empréstitos de Francisco Antonio Zea, que repasamos antes, al resto del siglo XIX y durante varias décadas del XX, entramparon al país y lo jodieron. La agresiva Paz Británica.

La verborrea del Verbo

Camilo Torres Tenorio. dXmedio.
Camilo Torres Tenorio. Fuente: Museo Nacional de Colombia. dXmedio.

Camilo Torres Tenorio, hijo de hidalgo cuya verborrea le valió el título de “El Verbo de la Revolución”, escribió un documento que se considera la base de la Independencia: Memorial de Agravios (1809).

“¡Igualdad! Santo derecho de la igualdad; justicia que estribas en esto y en dar a cada uno lo que es suyo” (reaza la primera frase del último párrafo del Memorial).

Igualdad, sí, para los desiguales. Otra vez, la gente de bien. Realmente, una filípica (perdón por la palabra, pero pocas veces hay la ocasión de usarla tan bien) contra la noción esencial de la igualdad en estas tierras.

Una queja por alguno que otro escaño en la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino de España, y más puestos en los altos cargos virreinales de la Nueva Granada. Todo ello sin dejar de ser, por supuesto, una altisonante constancia de supeditación a la Corona. El escrito exterioriza las demandas burocráticas de los criollos.

En todo caso, un texto de la formación del país, que fue tan desconocido en su época como en el presente. Según señala Antonio Caballero, “el más importante documento explicatorio de la Independencia fue archivado sin leerlo”.

Nunca se envió a España, “y sólo fue publicado treinta años después de la muerte de su autor”. Un Memorial a tono con nuestra desmemoria.

Torres, al igual que Caldas y que muchos otros próceres y distinguidos, también era descendiente del bellaco conquistador Sebastián Moyano.

Bueno, llamémoslo como él se autonombró, Sebastián  de Belalcázar, de seguro para quitarse de encima el andaluz «Moyano». Y para no ensombrecer el germen visigodo y noble del que mucho tiempo después habrían de ufanarse próceres como Caldas y Torres, descendientes del analfabestia conquistador.

De Belalcázar o De Benalcázar, eso tan determinante sí ni él ni sus amanuenses debieron saberlo. El agrio fundador, en todo caso, de Santiago de Cali y Popayán, y de una veintena más de pueblos y ciudades asentadas sobre sangre y cenizas.

Moyano hizo mella

Un prohombre al colonial criterio de Aznar (José María), Ayuso (Isabel Díaz) y Casado (Pablo), los socios honoríficos (nada honorables) de Atlas Network.

Y de criollos traidores contemporáneso, como el «excritor» Mario Vargas Llosa, los expresidentes Felipe Calderón (México) y Andrés Pastrana (Colombia), y demás jubilados que son las almas en pena de la extrema derecha continental. Junto, también, entre otros, al pronto expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro.

Atlas es una limpieza de cara frustrada del Departamento de Estado y de la National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la Democracia – NED) estadounidenses, que agrupa a casi todos los figurines latinoamericanos de alcurnia listados en los papeles de Pandora.

Y que buenos fondos recibe de los conglomerados económicos tabacaleros (Philip Morris) y petroleros (ExxonMobil), y de los ultraderechistas hermanos Koch (fundaciones). Los conquistadores genocidas de nuestro tiempo.

El ingenio desatado

Bien reza el lema de Atlas: «Unleashing Individual Ingenuity To Enrich Humanity» (desatar el ingenio individual para enriquecer a la humanidad).

Vaya que el genio de don Sebastián estuvo bien desatado por estas tierras: expolió, esclavizó, asesinó, violó mujeres, destrozó indios con su jauría de perros mastines y quemó aldeas (con techos de paja). O sea, masacró.

A tal punto que el ingenioso hidalgo bien podría figurar junto a celebridades siniestras, como Álvaro Uribe (libre); Salvatore Mancuso (bajo custodia en Estados Unidos); Carlos Castaño (muerto); Pablo Escobar (muerto); Ramón Isaza (muerto); Freddy Rendón Herrera, el Alemán (libre); Rodrigo Tovar Pupo, Jorge 40 (libre), etc., etc.

Sus empresas, hay que reconocerlo, tampoco buscaban «enriquecer a la humanidad» tanto que se diga. Más bien, abultar sus particulares faltriqueras. En la búsqueda de El Dorado, que, desde luego, nunca halló. O, mientras lo hallaba, defraudando las arcas reales.

De su tierra huyó a las Indias por matar un burro. A ella regresaba por ejecutar a un subalterno, Jorge Robledo. Por haber sido un genocida durante décadas, en cambio, fue apreciado como un insigne varón y aún es glorificado.

Estatua de Sebastián de Belalcázar derribada en Cali por indígenas misak. Montaje: dXmedio.
Estatua de Sebastián de Belalcázar derribada en Cali por indígenas misak. Montaje: dXmedio.

Sebastián se salvó de la pena de muerte impuesta por la Corona (por abusos de poder y ladrón) porque murió antes y de muerte natural, en Cartagena de Indias (1551). El río Grande de la Magdalena, que cruzó para partir de regreso a las Españas,  contribuyó a darle el adiós por adelantado. Al muy adelantado malhechor.

Murió Sebastián como mueren hoy en día los expresidentes (dictadorzuelos, saqueadores y criminales) colombianos: antes de que la Justicia los toque. De pavoneo por el mundo cual burócratas de alto vuelo.  O perpetrando versos o criando caballos. Lo que se ajuste más a sus índoles.

Y se lo recuerda igual que a ellos: como un hijo de puta reputado. Sus estatuas, en Cali y Popayán, fueron derribadas por indígenas del pueblo misak durante las protestas de 2020 y 2021.

Ojalá nadie hubiera restaurado aquellos monumentos bien abatidos. Se desplomaron en el mismo estado de indefensión en que cayeron miles de pueblos bajo la espada del conquistador español, sólo que con una pequeña gran diferencia:  los indígenas de entonces estaban vivos.

Ojalá que jamás reinstalen tan oprobiosas estatuas. Vana esperanza. Porque un país que idolatra a sus victimarios lo que no restaura es su historia, pero sí cualquier pedazo de bronce medio bruñido.

Bibliografía

Iriarte, Alfredo. (1993). Batallas y batallitas en la historia de Colombia (y sus consecuencias). Intermedio Editores: Santafé de Bogotá.

Trece textos de historia de colombia violenta y vigente

Los discursos veintejulieros de Duque – 1
Las libertades a buen recaudo en Colombia – 2
Colombia tuvo una Independencia de florero – 3
Entramados y tramposos en Colombia – 4
En Colombia nadie se liberó de nada – 5
Vivan las cadenas y viva la opresión – 6
La batallita de Boyacá en Colombia – 7
El enemigo también éramos nosotros…, ¡y aún lo somos! – 8
Un crimen del Hombre de las Leyes – 9
Colombia es un país adulterado por Constitución – 10
Del Cabrero al Ubérrimo: infértiles y cabrones – 11
Los guaches ponen el pecho y las élites la patria – 12
La infamia de los héroes colombianos – 13

Ver también

deXmedio – The Invisible Seen! (Portal en inglés).

Foto del autor
Juan Alberto Sánchez Marín. Colombia. Periodista/analista. Cine /TV. Catedrático. Consultor ONU. Telesur, RT, Señal Col, HispanTV. Dir: dXmedio.

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