Por: Juan Alberto Sánchez Marín

El enemigo también éramos nosotros. Y lo somos – 8

El enemigo también éramos nosotros, y seguiremos siéndolo mientras los gobiernos apliquen la doctrina del enemigo interno a sus compatriotas.

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El enemigo también éramos nosotros, las manadas de mestizos, indios, mulatos, esclavos negros y la pobrería criolla, que combatían al lado del ejército español, en realidad, otra colcha de retazos donde los menos eran los peninsulares.

En las filas patrias también participó un número valioso de «extranjeros», en grescas en las que, en esencia, con excepción de los indígenas apostados en ambos bandos, unos años más, unos meses menos, todos eran extranjeros.

La Primera Legión Británica, la Segunda Legión Británica y la Legión Irlandesa son un ejemplo de esos recién llegados que durante la década de 1810 alcanzaron a sumar alrededor de siete mil combatientes. 5808 en seis expediciones, entre 1817 y 1819, según los estrictos datos del coronel Guillermo Plazas Olarte.

Bueno, la Legión Irlandesa fue embarcada pronto (1820) hacia otras tierras (Canadá, vía Jamaica) debido al amotinamiento y al saqueo de Riohacha. Barbarie ejecutada, según el descargo de los imputados, ante el incumplimiento de los pagos (la «soldada») y de otros halagüeños ofrecimientos.

Los señuelos alguna vez ofrecidos por los republicanos. O, a lo mejor, por los intermediarios avivatos que abundaron en Londres con el fin de engancharlos y embolsarse la comisión.

Del puerto a Pisba

Por órdenes de Simón Bolívar, el abogado Luis López Méndez abrió un bufete en Londres, entre 1817 y 1818, dedicado a la contratación de los mercenarios, sobre todo, británicos. Concluida la batalla de Waterloo, más de quinientos mil militares ingleses quedaron desempleados.

Con miles de aventureros hambrientos y de londinendes en la inopia, junto a las ofertas tramposas publicadas en los diarios y la imaginación desbordada por las fortunas mitológicas al otro lado del mar,  la clientela del emisario venezolano resultó cuantiosa en seguida.

Unos eran oficiales fogueados, pero la fila larga la conformaban granujas desesperados y sujetos ávidos de hazañas. No traían nada de valor, excepto la vestimenta, más típica de un ejército de opereta que de auténticos contendientes rumbo a las inclemencias del trópico.

Las casacas escarlata y sus bandas, los paños azules con sus franjas de oro, las botas Wellington y los vistosos aditamentos comprados con los ahorros en las calles de Londres terminaron en canjes por comida en los pueblos neogranadinos. O en hilachas en el páramo de Pisba.

La folletinesca iniciativa no contaba con el aval explícito de la Corona, pero sí con la anuencia subrepticia. Un asunto de negocios. En aquella oportunidad, el Reino procedió en correspondencia con su real estilo de manejar la política interna y externa.

Lo acostumbrado, desde la epoca de Isabel I, en el siglo XVI, hasta la de Isabel II, en el presente. Eso incluye a Jorge III, el regente de los instantes en cuestión (en verdad, mandaba el príncipe regente, más tarde Jorge IV, ante la manifiesta enajenación de su padre). La loca empresa tenía un rey demente.

De López Méndez, antes de que fuera conspirador, Bolívar llegó a decir que había sido «el verdadero libertador». Un grande elogio para él, y, de paso, para los legionarios por él contratados. Para estos, sin embargo, el emisario bolivariano no era más que un estafador, y de tal nunca se cansaron de acusarlo.

Otro viejo oficio de venderse

El quehacer de mercenario, a comienzos del siglo XIX, ya acumulaba sus años. Quizás hablamos del segundo oficio más antiguo del mundo, después del que sabemos. La desdeñable práctica nació con la guerra misma.

Los antiguos cartagineses fueron mercenarios, y las contrapartes también se valían de ellos. Un buen número de los intrépidos “aliados” griegos de los que hablaba Heródoto no eran otra cosa que mercenarios contratados para vencer a los mercenarios cartagineses.

Nicolás de Maquiavelo, en El Príncipe (1513), capítulo XII, “De las distintas clases de milicias y de los soldados mercenarios”, ya se refiere al tema y ofrece ejemplos históricos en el siglo XVI.

La participación extranjera durante la Independencia no se dio por mero altruismo. No fue por causas nobles ni por idearios patrióticos o solidaridades que los flemáticos guerreros adiestraron y combatieron codo a codo con indianos, indios y afines en estas tierras burbujeantes.

Las urgencias mitológicas de una Nueva Granada sin agarraderas como nación han atiborrado las narraciones de gracias divinas y proezas. Y las hubo. Pero no todas fueron tan pulcras y propias como las memorizamos.

Las urgencias mitológicas de una Nueva Granada sin agarraderas como nación han atiborrado las narraciones de gracias divinas y proezas.

“No tienen otro amor (los mercenarios) ni otro motivo que los lleve a la batalla que la paga…” (Maquiavelo). Tal cual fue y es.

Y, como dije, entre aquellos vendidos al mejor postor, los había que eran veteranos de guerra. Peleadores profesionales, distintos a los neogranadinos, que eran pura emoción y poca técnica. Campesinos de ruana y alpargatas que no inspiraban ningún temor.

Entonces, ¡el enemigo también éramos nosotros!

El enemigo también éramos nosotros, un contrincante que la mayoría de las veces era imperceptible y enlistado tanto en las filas enemigas como en las republicanas.

La llamada Independencia, para muchos la primera guerra civil de las abundantes que colmaron el siglo XIX en Colombia, fue también una guerra sembrada desde arriba.

Como siguieron siéndolo las subsiguientes conflagraciones internas, incluidas las actuales. Cuando no operó la manipulación ni la persuasión, los líderes se valieron de la coacción.

Para ningún parroquiano, al fin y al cabo, hubo de ser fácil matar o hacerse matar por proyectos ajenos y al son de nada. No se trataba de tasajear a desconocidos, sino al vecino, a conocidos y familiares.

Los individuos con poder, criollos o chapetones, próceres o no, manipularon a las huestes de excluidos legados por el período colonial. Y con el paso de los siglos se convirtieron en lo que son hoy en día: los mismos miserables de entonces.

Mercenarios patrios

Figuran escasos registros en los anales de la intervención de la Legión Británica en la guerra contra España. La mano de obra vacante correspondía a combatientes que pelearon en las guerras napoleónicas y en la guerra anglo-estadounidense de 1812. Una buena cantidad de desocupados.

No fue participación (y aporte) de menor cuantía. Mercenarios ingleses, escoceses, irlandeses, italianos, algunos que otros estadounidenses y franceses, y alemanes, que lucharon contra los realistas españoles.

Alemanes contratados (hannoverianos), y alemanes al servicio del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda (a propósito, recién unido a la brava y mal). El demente Jorge III, rey del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, también lo era del Reino de Hannover, a cuya casa pertenecía. La provincial Londres siempre ha sido cosmopolita en materias regias y bélicas.

Pasaporte dado por Bolívar a O'Leary. dXmedio.
Pasaporte otorgado por Bolívar a su edecán, Daniel Florencio O´Leary, para pasar a Chile en una comisión (1823). dXmedio.

En la batalla de Boyacá estas fuerzas tuvieron una participación importante, si bien disimulada. El sargento mayor John MacKintosh comandaba el batallón Legión Británica, compuesto por cien hombres. Y más de doscientos tenía el batallón de infantería Rifles, a cargo del irlandés Arthur Sandes, teniente coronel graduado.

En el Pantano de Vargas, el coronel irlandés James Rook fue herido y falleció a los días. “La que me ha de dar sepultura” fue la que escogió por patria el ceremonioso irlandés. Rook, victorioso una mañana junto al duque de Wellington en los barrizales de Waterloo, cuatro años después pereció en un lodazal de Paipa, Boyacá.

Menos conocida ha sido la historia del inglés John Runnel, que terminó siendo un héroe popular para las mujeres y los hombres afro e indígenas del suroccidente del país. La historia nacional lo borró por un motivo elemental: fue un azote para los «godos» de la región.

Runnel es referente obligado de la Batalla de San Juanito, en Buga, entonces provincia del Cauca, donde una mayoría de negros esclavos venció al ejército español. El mercenario inglés comandó una tropa de olvidados.

Y de olvidadas, por igual valerosas y valiosas, e ignoradas por la historia, como María Antonia Ruiz y Eloisa Loaiza, la Coronela. La esclava Maria Antonia vengó a su hijo muerto con el incendio del almacén de armas del rey, un disparo de cañón de lleno contra la caballería y la lanza con la que atravesaba realistas. Con semejantes pruebas de heroicidad y nadie la nombra.

Otros británicos en el trópico

Pero no todos los elegantes legionarios terminaron la vida en batalla y de manera gloriosa. A no pocos, no más saliendo del puerto, los mató el escorbuto; a otros, aún sin arribar a la costa, los huracanes y las tormentas.

Los más listos emprendieron el regreso en cuanto pudieron, como el coronel Hippisley (todos eran coroneles, y, al rato, generales), que viró naves en cuanto se percató de los enredos y engaños. Las fiebres tropicales, la malaria, el cólera y la disentería dieron cuenta en tierra firme de muchos de los que se quedaron.

Daniel Florencio O'Leary. Retrato de César Augusto Villares. dXmedio.
Daniel Florencio O’Leary. Quito, 1929. Retrato de César Augusto Villacrés. dXmedio.

Y la melancolía: recluidos dentro de sus coloridas y costosas casacas, sin entender ni jota del español golpeado de venezolanos y neogranadinos, perdida la esperanza de que los taimados contratistas criollos no les birlaran las cincuenta libras prometidas.

La cantidad mínima para recuperar la inversión hecha en una indumentaria que había costado alrededor de cuarenta.

El irlandés general de brigada Daniel Florence O’Leary, incondicional de Bolívar hasta los últimos días, nos legó la cotidianidad de muchos de aquellos azarosos momentos.

Gracias al Centro de Estudios Simón Bolívar, de la República Bolivariana de Venezuela, podemos disfrutar de una edición facsimilar de las Memorias y cartas de O’Leary, en treinta y dos tomos, como una ventana abierta a muchos pormenores del proceso independentista.

El gravoso y grave voluntariado

Es comprensible el vínculo establecido entre criollos y anglosajones, toda vez que a la activa colonia británica de Jamaica se arribaba en escasos seis días de navegación desde Cartagena. La ciudad más importante y cosmopolita del país, a pesar del prurito santafereño, y, junto al triángulo con La Habana y Veracruz, del Caribe.

Santa Fe, en cambio, con suerte, estaba a un mes de camino por entre trochas agrestes y mosquitos. A los colombianos, el desarrollo y los beneficios del comercio nos han llegado tarde. Al igual que la muerte, como lo expresó el poeta Julio Flórez, no sin razón.

Pues bien, a los santafereños del aquel tiempo las bondades les arribaban con varias semanas de retraso con respecto a Cartagena. Ay, Bogotá, siempre más cerca de las estrellas que del resto del país.

Las «voluntariedades» y los sueldos de los legionarios, eso sí, Colombia habría de pagarlos caro a la Corona británica en los años venideros. Las poblaciones, mediante tierras usurpadas y el saqueo de sus bienes, saldaban solo la cuota preliminar.

Del día siguiente de concluidas las luchas independentistas a los inicios de la Primera Guerra Mundial, transcurrido un siglo, el país estuvo empeñado. De tal modo lo señaló Malcolm Deas, el “hiperultraconservador” historiador inglés (según calificativo de Antonio Caballero).

Los recodos de Codazzi

“El sabio coronel don Agustín Codazzi”, como lo llamó Germán Arciniegas (Diario Las Américas, 1960. Parte 1 y parte 2), soldado napoleónico y labrador, como en justicia también habría que nombrarlo, fue otro célebre mercenario (corsario). En estas tierras, y en varias otras.

Agustín Codazzi. Dibujo de Carmelo Fernández. dXmedio.
Agustín Codazzi. Dibujo de Carmelo Fernández. dXmedio.

Codazzi vivió de la manera más romántica que pudo y al estilo más intenso de la primera mitad del siglo XIX. Describió los sitios de los viajes con el italianísimo sesgo dado por la sangre que le corría entre las venas a alguien nacido en los Estados Pontificios (Ravena).

En su perspectiva y sus mapas hizo de nuestro espacio una proyección de sus delirios, que, dos siglos después, todavía repercuten en la forma ajena en que nos vemos, como territorios y proyecto de país.

Antes que con el semblante trazado por los extraños que también somos, durante siglos tratamos de vernos a través del cristal con que nos atisbaban las sociedades geográficas de París (Societé de Géographie) o Londres (La Royal Geographical Society). O de cualquier parte. Aún, en vano, la élites criollas procuran hacerlo.

El actual «encanto» cinematográfico es una mutación del mismo mal. Variaciones alrededor de nada (León de Greiff), pues lo cierto es que el conocimiento estratégico del expansionismo colonial surtió efecto por donde se lo mire. Como cálculo económico capitalista y como esquema de dominación mental.

“Pocas veces un sabio ha estado tan poseído como él (Codazzi) del espíritu de la grande aventura”. Arciniegas, seguramente, de nuevo, tiene razón.

Y la lapidaria frase sobre Agostino me da pie para otra de corte parecido: pocas veces un país ha estado tan poseído del espíritu de un aventurero, y del de tantos mercenarios. En lo individual, una peripecia fortuita; como fenómeno, un albur planeado de cabo a rabo.

Codazzi cartografió por completo a Venezuela. No obstante, no consiguió cartografiar la Nueva Granada porque las guerras y las rencillas constantes variaban en un santiamén las fronteras entre los estados. Nuestra realidad de nunca acabar.

La grandiosa Comisión Corográfica terminó con dos miembros abandonados en una aldea remota del norte del país. Uno era Codazzi; el otro, el dibujante y amigo Manuel María Paz, en cuyos brazos murió el prócer. Una anofelez infectada acabó con la vida del envejecido viajero.

A la merced del mercenario

De aquellos albores patrios y de la briega codo a codo con soldados de fortuna contratados y embarcados en los puertos europeos (Londres, Liverpool, Dublín y Amberes) ha de venirle al glorioso Ejército colombiano la tentación que ciertos pilares sufren por ejercer de mercenarios. De contratistas, para no embolatar el rodeo en boga.

En Haití, Venezuela, México, Irak, Afganistán, Yemen, Somalia, Catar, Emiratos Árabes Unidos, etc. La consecuencia natural de no ofrecerle sino el camino de la guerra a miles de gatillos fáciles y a millones de patriotas en ciernes.

Héroes, una vez muertos; «nadies», mientras están con vida. Aunque la pistola entre los huevos les haga pensar que son alguien.

La inevitable ruta como personas marcadas al nacer por la disyuntiva del ataúd o el olvido, y como republiqueta condenada a coexistir con la muerte y a hacer la guerra por los siglos de los siglos. Amén.

La inevitable ruta como personas marcadas al nacer por la disyuntiva del ataúd o el olvido, y como republiqueta condenada a coexistir con la muerte y a hacer la guerra por los siglos de los siglos.

No sin razón, el abyecto oficio no es delito en Colombia, uno de los 32 países, junto a Estados Unidos, que no suscriben la convención de Naciones Unidas contra el reclutamiento, utilización, financiación y entrenamiento de mercenarios.

Ayuda letal

Blackwater, la factoría estadounidense del ramo, no por nada operó con fuerza en Colombia a partir del gobierno de Álvaro Uribe Vélez, en 2008. Llamada ahora con el triple eufemismo de Empresa de Seguridad Academi, se especializa en fomentar la inseguridad, y no es una academia ni una empresa, sino un nido de pistoleros.

Por supuesto, desde finales de los años noventa, una década antes, ya operaban a sus anchas Lockheed Martin, Raytheon, DynCorp, Bechtel, el Grupo Rendon, y dos docenas más de firmas contratantes de mercenarios.

Lo hacían en el marco del Plan Colombia, el esquema perverso de cooperación según el cual el Gobierno estadounidense de Bill Clinton sacaba dinero de un bolsillo (el de los contribuyentes) y lo metía en otro (el de esta clase de corporaciones).

Colombia, entre tanto, ponía el paje obediente y comprado que firmaba (Andrés Pastrana), y los muertos a granel. No hay que hilar fino para saber que, por obra y gracia del ineludible principio de la inercia, el país todavía los pone a ambos. Signatarios y amortajados.

La bodeguita de Bolívar

De retorno al pasado aludido, que no fue ni mejor ni peor que el presente, sino idéntico, poco se sabe por estos días del papel que una noticia falsa (¿fake news?) jugó en favor del triunfo de los patriotas.

Carta VIII del Atlas geográfico e histórico de la República de Colombia, 1890. Agustín Codazzi. dXmedio.
Carta VIII del Atlas geográfico e histórico de la República de Colombia, 1890. Agustín Codazzi. Carta que representa el teatro de la guerra de independencia años 1819 y 1820. dXmedio.

Bolívar, previo a la Batalla de Boyacá, difundió por los medios a su alcance la falsedad de que prolongaría en Tunja la permanencia de las tropas criollas. Ese no era el propósito, sino lo opuesto.

Fue una maniobra de inteligencia militar, es decir, se sirvió de una de las argucias más recurrentes en las guerras. O sea, del rumor, del chisme. Los volantes eran la gran prensa y los correveidiles se articulaban cual redes sociales.

Nada que ver con los embustes usados hoy en día por el Gobierno de Iván Duque y sus secuaces armados cuando indican que las violentas tropas del SMAD se mantienen mansas en sus posiciones, sin agredir ni emboscar a protestantes ni a pobladores.

Tampoco se relaciona con los grupos de ataque (bodegas) equipados para actuar en la sombra contra los mismos ciudadanos que les pagan pertrechos y salarios.

Unos y otros son formas de una violencia estatal que, si bien opera abiertamente, a plena luz, jamás da la cara. No es paradoja. Como no lo son las leyes ilegales que los blindan ni el descontrol estimulado por los órganos de control.

Se trata, sencillamente, de estrategias gubernamentales de violación de los derechos humanos. Y de burdos mecanismos de sometimiento, sujección y silencio. No practicados contra verdaderos adversarios o antagonistas del Estado, sino perpetrados por los enemigos que lo manejan.

No me acuerden del presente

Tampoco se conoce mucho de la estratagema de ofrecerle aguardiente y dulces a los realistas para que soltaran la lengua. Barreiro habló más de la cuenta frente a quienes no debía, y reveló su propósito de marchar hacia Santa Fe de Bogotá. Así prosperó la celada que lo conduciría al paredón.

En rigor, claro está, al fusilamiento lo condujo nuestro ilustre Francisco de Paula Santander. Un corrupto comparable a su copartidario y tocayo Francisco Antonio Zea, de cuyos enquimbamientos nacionales por Europa ya hablamos.

Andanzas de las que nadie quiere acordarse, antes que por deferencia hacia los próceres pretéritos, para evitar cotejos con los igualmente poco eméritos de hoy en día.

El enemigo también éramos nosotros…, ¡y aún lo somos!

Aun menos se menciona que el ejército adversario, el realista, menor en número de milicianos, estaba conformado por más soldados granadinos (colombianos) que por españoles.

Aunque no fuera más, en aquellas contiendas de los prójimos contra los congéneres algunos fueron nacidos en España. La madre patria que nunca tuvo madre.

Aunque no fuera más, en aquellas contiendas de los prójimos contra los congéneres algunos fueron nacidos en España. La madre patria que nunca tuvo madre.

En las mortales batallas campales contemporáneas, los ejércitos estatales la emprenden en las calles contra los propios jóvenes acá mismo nacidos. Acaso, una alemana solidaria y uno que otro corresponsal de la prensa extranjera son envueltos por el sangriento remolino policial.

Los excluidos pascasios urbanos y rurales de ahora cayeron por docenas a manos de los blindados patriotas del presente. Ojalá que no formados en la Escuela de Soldados Profesionales «Sl. Pedro Pascasio Martinez Rojas”.

¡Vaya ironía la de la escuelita profesional de tanto mercenario doméstico!, con el nombre de un soldado que nunca fue profesional. A duras penas, un menor de edad medio soldado. No más que el ordenanza a cargo de los pencos de Bolívar.

¡Y qué homenaje del glorioso Ejército al reclutamiento de menores para la guerra! Con razón los camiones militares merodean por los pueblos y las periferias urbanas cazando muchachos humildes para la guerra.  No, precisamente, como palafreneros, sino de carne de cañon.

Bibliografía

Arciniégas, Germán. (1960). Juventud Aventurera de un Sabio. 26 de febrero. Diario Las Américas: Miami. En: https://chroniclingamerica.loc.gov/lccn/sn82001257/1960-02-26/ed-1/seq-2/

Brown, Matthew. (2010). Aventureros, Mercenarios y Legiones Extranjeras en la Independencia de la Gran Colombia, La Carreta Editores: Medellín.

Gómez Jaramillo, Marco. (2010). Las legiones extranjeras en la independencia. Credencial Historia No. 247. Banrepcultural: Bogotá. En: https://cutt.ly/0Dvj02n

Iriarte, Alfredo. (1993). Batallas y batallitas en la historia de Colombia (y sus consecuencias). Intermedio Editores: Santafé de Bogotá.

Thibaud, Clément. (2003). Los ejércitos bolivarianos en la guerra de independencia en Colombia y Venezuela. Editorial Planeta: Bogotá.

Trece textos de historia de colombia violenta y vigente

LOS TRECE TEXTOS

Los discursos veintejulieros de Duque – 1
Las libertades a buen recaudo en Colombia – 2
Colombia tuvo una Independencia de florero – 3
Entramados y tramposos en Colombia – 4
En Colombia nadie se liberó de nada – 5
Vivan las cadenas y viva la opresión – 6
La batallita de Boyacá en Colombia – 7
El enemigo también éramos nosotros…, ¡y aún lo somos! – 8
Un crimen del Hombre de las Leyes – 9
Colombia es un país adulterado por Constitución – 10
Del Cabrero al Ubérrimo: infértiles y cabrones – 11
Los guaches ponen el pecho y las élites la patria – 12
La infamia de los héroes colombianos – 13

Ver también

deXmedio – The Invisible Seen! (Portal en inglés).

Foto del autor
Juan Alberto Sánchez Marín. Colombia. Periodista/analista. Cine /TV. Catedrático. Consultor ONU. Telesur, RT, Señal Col, HispanTV. Dir: dXmedio.

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