Por: Juan Alberto Sánchez Marín

4 de Duque a bordo de él mismo

4 de Duque a bordo de él mismo, y la lucha por un sustituto que en justicia pasaría de candidato a imputado, como Duque de Presidencia a prisión.

4.9/5 - (23 votos)

4 de Duque a bordo de él mismo, en realidad, cuatro años de historia patria tirados por la borda.

Pronto finalizará el período presidencial de Iván Duque en Colombia. El solapado Gobierno del desgobierno.

Es un soplo la vida y veinte años no son nada, cantó Carlos Gardel, y nada debieron ser para alguien que veinte lustros después «cada día canta mejor». 

Nada de nada pueden haber sido estos cuatro años para Duque, que le pasaron por encima, como una ola, en los que mucho dijo y nada hizo. 

Para la mayor parte de los colombianos, en cambio, los cuatro años con Duque a bordo son otra cosa.

La eternidad en un instante, escribió el poeta William Blake, el “artista total” de los británicos.

Y es eterno cada momento que transcurre en tanto que Iván Duque no abandona la Casa de Nariño.

Les responden en voz alta a los cantores, definitivamente, si y solo si son poetas quienes lo hacen.

4 de Duque a bordo de él mismo

De entre los estantes con los diecisiete mil volúmenes legendarios que le legó el padre, a Duque no se le ocurrió tomar 4 años a bordo de mí mismo.

Ahí estaba, ahí sigue. Ileso el libro, mas no el aprendiz de lecturas rápidaz.

Si hubiera leído a Zalamea Borda no ignoraría que durante el lapso presidencial a bordo de él mismo no fue ni por un tris el presidente que soñó ser desde chiquito.

Cuando más, un lapsus social por el que él fue pompa (burbuja) de jabón. O pompa (relumbrón) de estampa.

Un desliz que ha costado hambre y vidas a causa del necio que a estas alturas afirma que de existir la reelección él saldría reelecto.

Lo cierto es que Iván Duque no sería votado ni en ese retórico reino suyo. No del revés de María Elena Walsh, sino de enrevesados.

Tampoco permanecerá impune.

Un día será juzgado por lo que urdió, y, sobre todo, por lo que dejó de hacer: las omisiones que unas tras otras fueron desolación.

A bordo de él mismo, porque jamás salió de sí a averiguar qué era ese mando caído del cielo.

Ese cielo de Marquitos carcomidos que pueblan Cayitas, Ñeñes, Goyos, Bernas, Otonieles, Matambas, Kikos y otras fluorescentes Espriellitas.

Y Figueroas y figurines de lo más Granados, sin Cadenas, con Calzones.

Que la Colombia oficial y autorizada no es de fiar lo testimonia un presidente que flota por los aires de una patria que lo repudia, mientras la muerte navega en pedazos por los ríos.

El panorama por las ramas

Faunos infaustos (autodefensas). Unicornios que envenenan (con cianuro). Elfos que esnifan (los recursos). Héroes (si muertos). Líderes sociales y ambientales (masacrados por los héroes).

¡Vaya estirpe de terratenientes bucólicos! ¡Traficantes de narcotraficantes! ¡El criminal implacable con el delincuente!

¡Vaya con el bandada de ganaderos que acumulan con despojo y son felices, o Félixes.

Compinches en el sistema nervioso central gubernamental. Parasimpático. Antipático.

Se descontrolan las funciones. Adrede se cometen los actos involuntarios. Las excepciones son la regla.

¿Las Cortes estorban? ¡Lanza en ristre contra ellas! El reo se «emputa», tiemblan el estamento y los cortesanos del Ubérrimo. Los medios vociferan y desinforman.

Al expresidente eterno de pronto se lo ve como el paladín pasajero que Pablo Escobar fichó en una tarde aeronáutica y remota. Y es un imputado.

El exfiscal Martínez por judicializar. El fiscal de moda no judicializa condiscípulos (ni copartidarios). Porque Barbosa, como su jefe, no hace más que el barbo.

Unos militares que hablan con el temor a la JEP. Un Zapateiro valentón y maldiciente ante el pueblo desarmado. Mudo en las garitas del club del Clan.

Los facinerosos de promoción y los impresentables con sus galones a cuestas.

Egan Bernal, incomparable en el ascenso, entra en un descenso técnico. ¿O será una estrategia competitiva de los «frackinerosos» de Ineos?

Y el encanto no es la fantasía animada de Disney, sino el desánimo. ¿Hasta cuándo advertiremos tanta exquisitez en violencia tan rigurosa?

El montaraz que nos la monta

Duque concluirá la presidencia creyendo que la población del país no sobrepasa las cuarenta familias que guían la economía y la política desde hace 472 años.

Cree que al ojear el conquistador Alonso de Ojeda la península de Coquibacoa y el cabo de la Vela, en 1499, el total de colombianos que perturbaban el territorio superaba al de hoy en día.

Paisanos que sí importan, con adelantados de valía, como Luis Carlos Sarmiento Angulo. Cabecillas, que no zipas ni zaques.

Alonso de Ojeda, exactamente, como Duque, hidalgo y a la vez paje. La Guajira… Esa comarca de amigos divertidos y entrañables.

No son de sorprender las negligencias que le moldean las ideas a Ivancito. De la mera fuente viene el agua sucia.

El tipejo arquetípico, dechado de virtudes, filósofo de carriel, poeta de fondas (no de fondo), energúmeno telefónico, despliega oscurantismos que no aclaran las velas y menos aun el Vélez.

El Uribe que clasifica a sus compatriotas en dos especies: los caballistas, como él, y los pencos que monta. Los peones (Jorgitos) a los que se las monta. Nos la monta.

Un definido delfín

Las pasiones de los actuales candidatos presidenciales colombianos de la derecha (que son todos, menos uno) brilla la pasión por los animales.

Ni hablar de Rodolfo, hechizado por Adolfo (Hitler). Allá él con sus electrochoques de facho, que no son Mi lucha.

Fajardo se deleita avistando ballenas e imitando la despreocupación característica del cetáceo.

Lo pasma que, al igual que él, adormezca la mitad del cerebro, al contrario que él, para no hundirse.

A Duque, en cambio, lo ciega la inteligencia de los delfines.

Una actitud narcisista toda vez que él mismo es un delfín de cabo a rabo.

Excepto por la geolocalización, la sociabilidad y la inteligencia, Duque disfruta del resto de cualidades del mamífero acuático: carnívoro; traga entero lo que devora.

Y lo que le ordenan: los delfines, por el hambre y los abusos; Duque, por la gula en su delfinario casi neoclásico.

Federriquito

El presidente lerdo que manifiesta que no interviene en política hace campaña por un candidato que apenas él considera listo y pertinente. El sucedáneo suyo.

Un individuo con nombre de folletín nacional: Federico Andrés.

Fico y los 40 clanes de ladrones

O de telenovela mexicana, con mexicanos de los carteles que van y vienen por el Pacífico, limítrofes como los amigos medio enemigos de la Guajira.

Fico y los 40 ladrones. dXmedio.

A Duque le agrada Federico, y al aspirante presidencial no mucho. Le gusta «Fico».

En eso no se equivoca. Federico, en el desaliñe, en el talante de bandido, le suena a alias. Fico lo ratifica en lo que aparenta, que en su caso es lo que es.

¿Fico y los cuarenta ladrones? Alí Babá y los cuarenta clanes corruptos que lo acompañan.

Pero Fico es babas, no Alí Babá: no robará a los ladrones ni repartirá el producto de las fechorías. Esculcará a los míseros para enfrentar la indigencia con monedas. Otro Duque.

El golfo Fico y el Clan del Golfo, que engloba a las cuarenta bandas.

Fico dice que no es un delfín, pero como si lo fuera.

El novelesco nuevo títere hace parte de la familia en esa noción mafiosa que rebasa el nivel parental, y que tiene tinte gremial.

Fedecafé, Fedearroz, Fedepalma, Fedepetróleo, Fedegán… La Federación de Ricos de Colombia, Federricos… Todas ahí detrás.

¡Ay, Federriquito! ¿Y qué tal si se atraviesa el clan del Rodolfo? El padre, el hijo… Y el espíritu de Vitalogic.

Bala y babas es lo que hay

Porque lo del uno tiene su equivalencia en el otro, pero ninguno admite nada. Duque y Fico dulcifican (duquifican) la verdad. Es decir, mienten.

Sostienen que luchan contra la corrupción, y prestos colman sus huestes de corruptos.

Abudinean al Estado y tapan los huecos con gastos publicitarios en medios, redes y bodegas.

Fico, en Medellín, superó en propaganda a megalómanos de grueso calibre como Alejandro Char (Barranquilla) y Enrique Peñalosa (Bogotá). A pesar de que la capital maneja un presupuesto cinco veces mayor.

Duque, en la primera mitad de la presidencia, gastó la mitad de los recursos del Fondo de Paz para despercudir una imagen que poco después empapó de sangre.

Cada que niegan a Uribe, al trasluz vemos al mismo Álvaro moviéndoles hilos y jetas.

Si Fico anuncia la lucha contra la pobreza, quiere decir que habrá plata para los pudientes y nuevas penurias para los miserables.

Cuando habla de paz y diálogos con el ELN, en el fondo, asegura que bala es lo que hay.

Iletrado lector

Duque tampoco ha leído a Blake ni a ningún autor valioso, así sostenga que la lectura fue un legado del padre.

En estanterías y paredes, no en lecturas, ha de medirse la dimensión del legado.

Duque, acaso, subraya los superventas de uno que otro emprendedor naranja que comete versos o cosecha cursilerías. Pablo Coello, por ejemplo. U otro filósofo de menudencias.

De haber enfrentado lecturas distintas podría enorgullecerse un poquito de él mismo y no tanto de la mediocridad ajena que replica.

Resistió, hay que reconocerlo, algo de Mario Vargas Llosa.

Iván Duque. Presidente de Colombia. dXmedio
Iván Duque, presidente de Colombia. Montaje: dXmedio. Foto: Yeffer Julian Alfonso Jimenez, en Wikimedia Commons (Lic. CC BY-SA 4.0).

Eso explica la veneración por el escritor. Tan desprovista de sapiencia, como supina.

Duque no desaprovechó, en su presidencia de ficción sin imaginación, la oportunidad de distinguir al imaginativo fabulador.

En el homenaje, ensalzó una decena de libros del peruano y obvió el único por el cual la posteridad, no sin esfuerzo, consiga recordarlo: La ciudad y los perros.

“-Cuatro -dijo el Jaguar. […] -Cuatro -repitió el Jaguar-”.

Mala suerte la de Cava, el personaje al que los dados le marcan tres y uno.

Peor la de un país al que las papeletas le signaron cuatro y cero: cuatro años de un Gobierno nulo.

Cuatro años de peligro y violencia vividos gracias a un adulador (ayayero, en la tierra del nobel).

La zalamera condecoración ni siquiera se la otorgó por ser un escritor famoso (y que por famoso le gusta).

Lo distinguió porque Vargas Llosa pertenece a la rancia derecha continental y aboga por las mismas empresas estúpidas suyas. Entre loas, lo admitió.

Como la del bandido Juan Guaidó, por ejemplo.

Tan bandido y banal como el presidente disfrazado de lector que afirma alguna vez haber leído a Vargas Llosa.

No hay que llorar por eso, claro está. Que el escritor bien merecidas se tenía ambas contrariedades: la Cruz de Boyacá y la perorata del anfitrión.

Novato vetusto

Si Duque hubiera leído a Zalamea Borda tampoco lo habría entendido.

Qué va a ser capaz Duque de meterse en las honduras de un personaje de diecisiete años narradas por un escritor de veinte.

El presidente más joven de la historia reciente del país es incapaz de entender a los jóvenes.

No le conviene entenderlos. Le rememoran conceptos que él nunca pudo asimilar: conciencia, libertad, esperanza.

Propicia, entonces, que las fuerzas del orden los persigan y asesinen.

Fuerzas del orden que son el desorden, el pandemonio. Destacamentos blindados de ensañamiento en contra de las movilizaciones de quienes tienen la osadía de reivindicar algún derecho.

Zalamea Borda es demoledor con la sociedad hipócrita que Iván Duque representa y de la que hace gala.

La “gente de bien” excluyente, retrógrada y machista a la que no la aflige el dolor humano ni la atormenta la sangre en las manos.

La novela de un siglo atrás goza de una modernidad que no tiene el Gobierno premoderno del presente.

El autor de inicios del XX, sepultó en la literatura el siglo que el politiquero de principios del XXI resucita mediante estupideces: aquel XIX.

La vivencia no vivida

Una línea esencial de la narración en la novela citada tiene que ver con el cambio que la vivencia sensorial y profunda de un viaje surte en el personaje principal.

El viaje presidencial, en cambio, no renovó a Duque. Le adormeció la sensibilidad, si en algún momento la tuvo. El placer, acaso, se despeñó en el gusto por la muerte.

Él habrá de retornar a la vida cotidiana cuatro años más codicioso, obeso de cuerpo y robustecida la pensión.

Sin embargo, no será más que el individuo anodino al que una estructura electorera y mafiosa le proporcionó el boleto de viaje.

Varios millones de colombianos, menos de los contabilizados y muchísimos menos de los pregonados, no importa cómo ni porqué, secundaron con el voto la artimaña delincuencial. 

Y helo a él aún ahí, atrevido y atroz, simulando con su presidencia de poses un poder ubérrimo, pero ajeno. 

No fueron 4 de Duque a bordo de él mismo, sino un tiempo en el que otro, el capataz, prolongó el viaje a lomo de su idiotez.

Que no será cómodo a partir de agosto, cuando el bisoño expresidente adquiera la inevitable condición de mueble viejo. 

Señor estorbo de torvo ceño

Porque Duque estorbará dondequiera que se lo ponga.

En la Corte Constitucional, adonde dice que quiere llegar, sería una piedra en el zapato roto de la justicia. Eso ha buscado ser en su presidencia.

¿Quién, con una pizca de cordura, en la orilla que sea, querrá llamar “colega” a un Duque carente de la postiza dignidad y jubilado de nada?

4 de Duque a bordo de él mismo. Duque y protestas. Montaje: dXmedio
Iván Duque. Montaje: dXmedio. Foto: Tokota, 2018. (CC BY 3.0).

No porque no logre asemejarse a cualquier cosa, incluso, a un togado de los que en ocasiones salen a subasta.

Un criminal como Jorge Pretelt fue Magistrado de la Corte Constitucional de Colombia por siete años. Durante uno, la presidió.

Sino porque es un inútil de cabo a rabo. Torpe hasta para disimular la liviandad, materia en la que todo politiquero barato es ducho.

Lo que Duque obra con acierto es el trueque en insignificantes de las pocas cosas meritorias que se le ocurren. En esto, sale a flote el perfeccionismo que proclama.

Tan insignificantes las vuelve que por más que escudriño e investigo no hallo una sola.

Un día nos percataremos de cómo ejecutó su mandato de mandadero. Y de cuántas ejecuciones extrajudiciales se valió para hacerlo.

Lo que sí hace bien es tornar en grotescas las escasas frases originales que no son una barbaridad.

Revelado en su insuficiencia, Duque ha de blandir el peculiar talento que se llevará consigo: el ceño fruncido.

Ya sin las balas de sus escuadrones, desde luego. Del SMAD, en Bogotá o Cali, o del Ejército, en Putumayo.

Otro imprudente en la jurisprudencia

Al figurín de Duque pocos se lo figuran en la Corte Suprema de Justicia.

Su ordinariez casaría con lo de justicia ordinaria, aunque no sus mínimas luces con lo de máximo tribunal.

La magistrada Lombana, que no sé si es inteligente ni cuánto sea de Inteligencia, demuestra que la justicia se lleva la peor parte cuando quien juzga es arte y parte.

La lambonería tal vez le permita a semejante imprudente ejercer la jurisprudencia.

Instalado Duque en la banqueta burocrática de alguna entidad internacional solo alegraría a aquellos organismos a los que no les fuera implantado.

Y, al garete, sin qué hacer (lo mismo que ahora), aportando ideas no pedidas, Duque seguirá causándole daño a la nación.

Después de imitar sin mesura ni éxito al jefe eterno, ¿retornará a su lado a perfeccionar el eximio oficio de cargarle la maleta? Ojalá.

Después de imitar sin mesura ni éxito al jefe eterno, ¿retornará a su lado a perfeccionar el eximio oficio de cargarle la maleta? Ojalá.

El consuelo con Duque es que no cambiará para mal, porque hace cuatro años que viró hasta el límite de las peores vilezas. Ya jugó su corazón al azar…

El problema es que tampoco lo hará para bien, por dos razones elementales: no puede y no quiere.

No puede, puesto que dejó pasar la ocasión que, gracias a la nacional desgracia, la vida le brindó para ser una mejor persona.

No quiere porque, desde que se sintió de maravilla pareciendo más malvado de lo que era, escogió ser más perverso de lo que aparenta.

Y Duque caducó…

Luego de cuatro años de habitar en cuerpo ajeno, el individuo Duque Márquez no sabrá adónde quedó parado.

Supo y sabrá, eso sí, en qué incurrió y cuáles delitos perpetró. Al igual que lo saben los que lo mandan y no lo desconocen los que lo obedecen.

Sobra decir quién quiénes lo mandan, mas no repetir los nombres de los mediocres que lo obedecen:

Barbosa, tonto de condiscípulo e ineficaz como fiscal; Cabello Blanco, sin pelos en la lengua para trampear y blanqueada de procuradora; Córdoba exprés, contralor; Camargo, el agrio defensor… ¿De qué o quién? No del pueblo.

La criminalidad es inherente. A la organización la resguardan secuaces y mediocres. A buen recaudo los deberes y funciones.

Vigilantes de baja estofa, veedores invidentes, garantes partícipes, juzgadores de juguete.

Duque también hizo polvo, felizmente, la supremacía de las fuerzas políticas que lo pusieron ahí a creerse el cabecilla. 

Es evidente que los funcionarios sometidos a Duque son precisamente los que de ningún modo deberían doblegársele.

Iván Duque estropeó como nadie la de por sí endeble democracia colombiana. Ni democrática ni nacional, por supuesto. Una colcha de retazos de constituciones y jurisprudencias ajenas pegadas con babas, como las de Fico.

Bestiario de monstruos jurídicos cazados al azar en el Norte o en los difuntos imperios del Viejo Mundo, medio aclimatados al trópico patrio.

De papel o lo que fuera, pero, al fin y al cabo, democracia, que, al contrario del Zorzal Criollo, con cada día que corre con Duque en el encargo de gobernante, no canta mejor.

Duque también hizo polvo, felizmente, la supremacía de las fuerzas políticas que lo pusieron ahí a creerse el cabecilla. 

Presidio por no presidir

De regreso al futuro, con tantos años a bordo de él mismo por delante, ojalá que la justicia internacional le cobre el boleto que adeuda:

Los 4 que usó para traicionar, masacrar, sofocar, expropiar, hambrear, reprimir, abusar, perseguir, violentar, al grueso del país que apenas debió presidir.

Nada más.

Duque deja a los colombianos tal cual el protagonista de la novela de Zalamea Borda responde a sus propias inquietudes:

“¿Y mi vida? ¿Mi vida qué vale? ¡Oh, sí! Mi vida sí vale, porque está cortada por todos los peligros, como el aire de un campo de batalla”.

Esa línea del libro que no leyó es lo que nos lega.

Denso el aire, y campo y pueblos convertidos en campos de batalla.

Foto del autor
Juan Alberto Sánchez Marín. Colombia. Periodista/analista. Cine /TV. Catedrático. Consultor ONU. Telesur, RT, Señal Col, HispanTV. Dir: dXmedio.

Deja un comentario